miércoles, 10 de junio de 2009
7a. Kabbalah: la interfase occidental para dialogar con el Animismo amerindio
7a. Kabbalah: la interfase occidental para dialogar con el Animismo amerindio
Para conversar y entendernos con la indianidad no precisamos renunciar a nuestra herencia simbólica, sino profundizar en ella. Esa profundización, en nuestro caso, se llama Kabbalah, que significa recepción de un don y, por ende, tradición. Por tanto, pues, se ubica en la lógica del don; en tanto que el Monoteísmo se ubica en la lógica del Intercambio. La complementariedad de ambos hace la cabalidad. Cuatro libros ocupan una posición central en esta escuela de pensamiento: en primer lugar, el Séfer Yetzirá o Libro de la Formación, comienzos del siglo XI, el Séfer ha-Bahir o Libro de la Claridad, mediados del siglo XII, el Séfer ha-Zohar o Libro del Esplendor, mediados del siglo XIII, y el texto de Alberto Einstein: Un punto de vista heurístico sobre la producción y transformación de luz, comienzos del siglo XX, en el que propone la idea de quanto de luz que proporciona un fuerte indicio, esta vez científico, acerca de las propiedades tanto ondulatorias como corpusculares de la Luz: de las propiedades femeninas y masculinas del Innombrable, como hubiera dicho Moisés de León, quien dio el último hervor: editar una tradición oral, popular, que se pierde en la noche del pueblo de Israel y que fue cultivada, guardada y transmitida por las elites sefardíes sobre todo .
Así como el Monoteísmo es inimaginable sin un alfabeto diacrítico y atomista, la Kabbalah tampoco es posible sin una lengua, basada en radicales y consonantes que permiten, justamente, relacionar y buscar las correspondencias y complementariedades complejas de todo, en el mapa interactivo y multidimensional de las Letras sagradas. La lectura kabbalista de la Torah, a través de las técnicas hermenéuticas de la gematria, el notaricón y la temurá, numerada según la progresión de Fibonacci, produce no sólo Sentidos: significados, sino que ofrece también una descripción de cómo funciona el mundo (ratificada por el nuevo paradigma científico técnico) y de cómo interactuar con él, en cuanto ser vivo y animado (cuyo know how más exquisito poseen, ahora, los animistas amerindios). La Temurá, por ejemplo, consiste en la permutación de letras al modo de un anagrama. Ya que en el hebreo no hay vocales, de la lectura de una palabra como YHWH, por ejemplo, pueden salir: WHYH, HWYH, cada una con un posible significado simbólico concreto. La Gematria es otra técnica que consiste en cálculos numéricos obtenidos a partir de las letras del Alefato. Éste sintetiza 10 significaciones posibles en cada letra, a saber: relativas al concepto que encubren; a su significado estricto; a su forma; su número; su significación zodiacal y astrológica; su localización temporal (en estaciones, días de la semana y meses); su relación con el cuerpo humano, su efecto sobre las habilidades y los dones del hombre; simbolizando a personajes importantes de la historia de Israel e incluso especificando la dirección de los canales que unen a las diez sefirot: “los 32 senderos”. Estamos, pues, en las antípodas de a igual a a del Alfabeto: principio de identidad y no contradicción puros. El Notaricón, por último, lee entre líneas las respuestas que el lenguaje mantiene ocultas, para un lector no iniciado. Básicamente, se trata de tomar las iniciales de una serie de palabras, o las letras finales, y extraer de ahí nuevo material léxico, recién extraído del Vacío cuántico verbal. Dado que el hebreo no tiene vocales, se puede obtener una considerable cantidad de palabras virtuales: latentes. Umberto Eco cita un ejemplo del Eclesiástico que pregunta: ¿Quién subirá por nosotros al reino de los cielos? Tomando las letras iniciales y las finales de cada palabra, se obtiene la siguiente respuesta: Los justos verán a Dios. En esto, el hebreo y el aymara se parecen muchísimo. Quiero agradecer a Mario Torrez, Simón Yampara y Jorge Miranda que me lo hicieron probar y degustar y a Baltasar de Salas en la distancia: Copacabana de los incas, La Paz, 1911.
En esta breve introducción, para la nueva generación, me tendré que restringir a presentar lo más enjundioso del principal texto de la Kabbalah: el Séfer ha-Zohar: el Libro del Resplandor , cuya versión laica es: Don Quijote de la Mancha que el sefardí marrano, Miguel de Cervantes, escribiera para los marranos conversos al catolicismo: para nosotros, justamente: Dominique Aubier, Don Quijote. Profeta y cabalista. Obelisco, Barcelona, 1981.
Lo más interesante del Libro del Resplandor está constituido, tal vez, por su cosmovisión. Algunas de sus páginas mencionan que el origen del mundo fue producido por una chispa surgida de un punto anespacial a partir del cual se hubiera generado una "radiación" y una "corriente que avanza" con los cuales la Divinidad habría tejido una suerte de envoltorio cromático, compuesto de multitud de capas fotónicas. Trajes de luz. El universo, pues, para el Zohar, es básicamente luz, or kadmá, una "antigua luz" que aún permanece en su totalidad oculta y de la que apenas si conocemos sus reflejos.
También la palabra desempeña, para el Zohar, un papel capital en la Crea¬ción. La cita: “Y dijo Dios sea la luz, y fue la luz”, Génesis 1.3, es comentado por Moisés de León del siguiente modo: “Desde este punto podemos empezar a descu¬brir cosas ocultas que se relacionan con la creación del mundo en detalle... por¬que, aunque la palabra bereshit ('en el principio') es una expresión creadora (maamar, la 'palabra', el 'verbo') 'y dijo' (va yomer) abre la puerta a la indaga¬ción y el entendimiento. Definimos este 'decir' como una energía que fue elegi¬da en silencio mediante el poder ilimitado del pensamiento (Majshabá). De ahí que: 'y Dios dijo la energía' significa que el antes mencionado palacio se generó a pesar de la santa simiente con la que la energía estaba encinta”. Este fragmento se apoya en un juego de palabras entre va-yo-mer, “y dijo”, y or, “luz”, partícula que ya figura inscrita en la palabra anterior. La Palabra y la Luz, pues, tienen relación; están imbricadas.
Pero he aquí, como en el caso andino de los Chullpas, que este mundo que conocemos no es el primero de los creados. Le precedie¬ron otros, que son simbolizados en el Zohar por los reyes de Edom, mencionados en el capítulo treinta y seis del Génesis. La creación de cada universo aparece en¬tonces como la purificación y superación de un momento de tohu va bohu, de "vacío y desorden": caos, dejado por los mundos precedentes. Este mundo en el cual ahora ha¬bitamos, es, según el Séfer Yetzirá o Libro de la Formación, producto de los sonidos que producen las letras al formar el Nombre de Dios. Cuando estas letras están juntas, ascienden y descien¬den y fabulan constelaciones en todos los rincones del universo, de tal modo que lo alumbran y, al mismo tiempo, adquieren apariencia gracias a él. Esta danza tie¬ne la velocidad y el sello del relámpago, es fulgurante, vertiginosa y expansiva. Cuando se intuye su existencia, entonces es un bahir, un zohar, una "cla¬ridad, un "esplendor" ante el cual los párpados se cierran reverentes. Es la velocidad de la luz: c al cuadrado.
El universo aparece en la tradición kabbalística como un Árbol cósmico a lo largo y ancho del cual vibra el relámpago de la energía infinita, del Ain Sof. A ambos lados de ese Árbol simbólico, que es un mapa mental, un diagrama de flujos, se encuentran dos columnas (al modo de Aran y Urin) de diez sefurots: emanaciones, potencias: manifestaciones de Dios, agrupados en tres tríadas, de arriba a abajo. La primera incluye a la Corona o Kéter, Jojmah o la Sabiduría y a Binah, la Inteligencia o el Entendi¬miento`. La segunda tríada está compuesta por Jésed, Gracia, Gueburah, Fuerza y Tiferet, Belleza. Y, por fin, la última se articula en tomo a Nézaj, Victoria, Hod, Glo-ria y Yesod, Fundamento. Bajo esta última está el Reino, Malkut, es decir, el circu¬lo cuyo centro está arriba, en la Corona. Según establece el Zohar, los sefirots se sitúan a lo largo del Árbol siguiendo, en su articulación, zonas correspondientes al Adám Kadmón, al Hombre Primordial. Tal alineación sefirótica res¬peta y sigue, a su vez, la polaridad humana entre lo derecho y lo izquierdo, o en¬tre lo activo y lo pasivo, regulando las acciones y reacciones por medio de la co¬lumna central o Taypi que se corresponde con la columna vertebral. De esta manera las parejas de sefirots, colocadas a ambos lados de la columna del centro, aluden a las formas masculina y femenina tal y como figuran en el cuerpo de Adán antes de que fuera desgajada su compañera Eva.
Este Árbol, llamado de la Vida, aparece subdividido en cuatro niveles horizontales: el Mundo de la Emanación, el Mundo de la Creación, el Mundo de la Formación y el Mun-do de la Acción. Esa cuaternidad está, a su vez, en correspondencia, con las cuatro letras del Nombre Inefable de Dios, el Tetragrama, YHWH, dibujado éste como el ideograma cuádruple de un hombre que no es otro que el Adam Kadmón. Esta doctrina de los sefirots se pone en relación con la vida y la conducta de cada criatura humana mediante un sistema de nexos y combinaciones que se podrían sintetizar del siguiente modo: lo que existe arri¬ba (alaxpacha) existe, también, abajo (manqhapacha). El mundo inferior (materia) refleja, como en un espejo, al mundo superior (antimateria). Ello hace que el hombre, a través de la imagen y semejanza que lo une el Creador, pueda influir, en los niveles y esferas superio¬res si opera correctamente. Mundo interactivo y vivo.
Llegados a este punto, es preciso señalar que la Kabbalah cree necesario el concurso del otro sexo para la co¬rrecta adquisición de la iluminación. Tal como insinúa el Cantar de los Cantares, únicamente cuando lo masculino, dialoga realmente con lo femenino se llega a totalizar y hacer efectivo el poder contenido en el Árbol. Al reconocer la bipolaridad de cada ser humano, el Zohar estima que armonizarla depende de no¬sotros. La Luz es el efecto cuántico del encuentro del polo positivo y el polo negativo. Este es el corazón de la Kabbalah: su descripción de la Paridad, desde la metáfora de la sexualidad. Este es, justamente, el punto en el que conectan Oriente y Occidente: el Monoteísmo y el Animismo amerindio.
El Arbol Sefirótico representa así mismo el organismo del mundo y la imagen espiritual del hombre, ya que: "La forma humana abarca en sí todo, lo que hay en el cielo y en la tierra, los seres superiores y los inferiores", y en los Tikkuné Zohar o comentarios finales, se dice que "la forma del hombre es la de la Schejiná o Divina Presencia". Pero dado que ese Árbol está invertido y sus raíces están arriba, ocultas más allá de la Corona, es dable pensar que el follaje de los senderos, las treinta y dos vías de la Sabiduría, realizan una fotosíntesis que hace posible la vida, en tanto que, a su vez, ese oscuro e infinito Ain Sof la conserva a través de la Or Kadmá o luz primordial.
Existió la creencia, en medios sefardíes medievales, de que el Zohar fue traído a la tierra por ángeles encargados de enseñarlo a los hombres cuando éstos parecían haber perdido su nobleza original. Creencia cíclica, ya que se dirá lo mismo del anónimo Séfer Raziel, siglo XV, atribuido a un ángel de ese nombre que tras¬mitió a Adán los secretos de la Creación. Lo mismo se podría decir del momento actual, en el cual las salidas desde el Monoteísmo no pueden solucionar los problemas creados por él. Por ejemplo, el Calentamiento global, basado en la ética antropocéntrica e individualista de Dominar la Tierra; las relaciones del Estado hebreo con los árabes, basadas en la lógica “Yo gano, tu pierdes”; las relaciones de los bolivianos occidentales con los bolivianos amerindios, basadas en la lógica: “Tú, indígena, te incluyes a mi sistema en un Estado unitario plurinacional, donde te trataré como minoría étnica, con todas las de la ley”, etc. La ver-dad es que el Zohar nos comunica un modelo de Paridad y complementariedad de opuestos que sigue siendo interesante, leído tanto desde el nuevo paradigma científico como desde el paradigma andino “de siempre”, como dice Eduardo Grillo. Moisés de León enseña, en efecto, que existe una Substan¬cia Universal (mucho antes que Spinoza, por cierto), substancia que está cons¬tantemente pensando: res cogitans y obrando: res extensa. Enseña que crear significa pensar y desarrollarse a sí mismo. No hallamos, en el Zohar, la idea de la creación del mundo a partir de la nada, ni la vuelta atrás a esa nada en el hipotético final del cosmos, sino el concepto de una inacabable evolución de formas por mediación de la cual esa Substancia Universal se despliega y revela. Esta Substancia “es el lugar del mundo pero el mundo no es su lugar” como un siglo antes ya lo dijera el Séfer Yetzirá.
Así, pues, lo mejor que puedo hacer, aquí y ahora, es invitar a beber de esta Pacarina escondida y desconocida. Escogeré los fragmentos más interesantes para nosotros que hablan de la Paridad, el respeto y la complementariedad de opuestos. Esto es importante porque tanto la Kabbalah sefardí como la Caos-cosmo-con-vivencia indígena comparten la misma sintaxis que hace posible el diálogo y la complementariedad.
"En el comienzo consigna el Zohar a partir del Génesis el Rey hizo un trato en el fulgor superior, que chisporroteó como una lámpara dando lu¬gar a la expansión del ilimitado misterio, cuyo núcleo es como un anillo (órbita) ni blanco, ni negro, ni rojo, ni verde, ni de color alguno. Luego, una llama surgió del Ain Sof (Infinito), como un vapor que surge de lo informe. Cuando comenzó a crecer, surgieron los colores. Del centro más secreto de la llama manó una fuente, proveniente del Ain Sof, que fluyó hacia abajo. La fuente, empero, conti¬nuó manando, aunque sin atravesar el éter. No pudo, pues, ser conocida hasta que un punto secreto y misterioso concentró su poder. Más allá de ese punto nada es cognoscible. Por ello se lo denomina reshit, 'comienzo', la primera de las diez palabras mediante las cuales fue creado el universo." ¿No son acaso estas palabras una descripción ex ante del Big bang de la actual cosmología: la creación a par-tir de una vastísima explosión que nació de un punto? De ese punto deriva, ade¬más, la letra yod, que, más tarde, el Zohar llamará "el más pequeño signo del misterio más grande".
Este pasaje es cartografiado a lo largo y ancho del mapa llamado Árbol Sefirótico, en cuyo caso esa fuente procede del espacio ilimitado o Ain Sof, que se halla por encima de la Corona o Kéter. Pero como, a su vez, tras el Árbol se yergue la silueta del Adam Kadmón u Hombre Arquetípico, la fuente habría vi¬brado por encima de su cabeza. "Cuando el Rey Salomón penetró, tal como está escrito, en el huerto de los nogales –dice el Zohar- tomó una nuez y, examinándola, descubrió una analogía entre su forma y los espíritus que animan los deseos de los seres humanos, por lo que Salomón se dijo que el Santo, Bendito Sea, había hecho el cerebro en la cabeza de los hombres de tal modo que cada nivel, cada capa determinara la percepción y función de la siguiente. Del mismo modo está hecho el universo, capa tras capa a partir de un centro. Vestidura, cerebros en cerebros, corteza en corteza. Pero ese centro original es la luz más secreta, diáfana, delicada y de una pureza que exce¬de nuestra comprensión. Ese punto, es, al mismo tiempo, una suerte de palacio traslúcido e irradiante en cierto modo inaccesible. En él el Infinito se viste de luz visible, a partir de la cual, órbita tras órbita, capa tras capa como en las membra¬nas del cerebro, se teje el universo, haciendo que cada nivel dependa del ante¬rior. Así también en el mundo de aquí abajo: el doble cerebro del hombre se compone de membrana sobre membrana, ordenadamente. Cuando la luna en-frenta al sol nos parece luminosa, pero cuando cambia de posición, su luz dismi¬nuye, formándose entonces, y para proteger el cerebro, tejido tras tejido." Esto se llama, actualmente, Teoría de Fractales, desde las matemáticas. Desde el paradigma holográfico: Holoarquía. También lo conoce Tiwanaku, como hace poco lo mostró Carmen Beatriz Loza con su lectura de un atado terapéutico: bolsas dentro de bolsas. También la conoce la mística europea: Teresa: castillos dentro de castillos.
Los kabbalistas sefardíes se conocían a sí mismos por el apelativo de "Los compañe¬ros del huerto del nogal". La palabra, egoz, "nuez", contiene la palabra zug, "pareja", de donde procede la idea holísta y jerárquica del citado fragmento, que establece una ley de interdependencia ecosimbiótica para todos los niveles de la realidad. En otro apartado, el Zohar dirá que el cerebro está re¬gido por la luna y el elemento agua, así como el corazón lo está por el sol y el fuego. De donde la sabiduría del fuego cordial, una vez despierta, debe, para su propio bien, ser controlada por las fases de la luna, es decir, por lo que los sufíes llamaran el "sentido de las circunstancias". Contextualismo. Bajar "al jardín del nogal" entonces y para la Kabbalah, es penetrar esas membranas, entrar bajo el tejido de las letras y los números hasta llegar, en lo posible, a percibir el cuerpo cuya "vestidura es la luz", como también dirían los sefardíes católicos Fray Luís de León y Juan de la Cruz.
"Y Dios dijo continúa el Zohar : “Sea la luz, y fue la luz”. Se trata de la luz original creada por El, la luz inscrita en el ojo y gracias a la cual Adán podía ver de un extremo al otro del universo. Es la luz que Dios le mostró a David (…) la luz por medio de la cual Dios reveló a Moisés la tierra de Israel, desde Galaad hasta Dan. Pero viendo que sobrevendrían tres generaciones pecadoras, la de Enoch, la del Diluvio y la de la Torre de Babel, Dios ocultó esa luz. Tiempo después la entregó parcialmente a Moisés cuando estuvo delante del faraón, sustrayéndosela y volviéndosela a dar cuando el profeta estuvo en Sinaí y recibió la Torá, momento a partir del cual ya no se la volvió a quitar, pues desde ese instante y hasta el fin de su vida la llevó con él, y por eso los hijos de Israel no podían acercársele, porque su piel era resplandeciente y tuvieron miedo de él.” Y el Zohar prosigue: "Rabí Isaac dijo: En el momento de la creación Dios iluminó el universo en un instante, pero de inmediato la luz fue retirada para que los peca¬dores no gozaran de ella, y desde entonces está guardada y se reserva a los jus¬tos, como dice el Salmo: “La luz está sembrada para el justo” (97:11). Sin em¬bargo, cuando los mundos armonicen otra vez, y sean uno, la luz, esa luz, volve¬rá a brillar. Entre tanto, la luz yace oculta en la tinieblas, talladas por los embates del lnfinito (Ain Sof) y son precisamente esas tinieblas las que contienen la luz poderosa que la Torá denomina «noche»".
También el Bahir relataba que sólo los justos o tzadikim podían gozar, en el futuro, de esa luz. En el citado Salmo 97:11, la voz hebrea para "sembrada" es zarúa, que también puede leerse como zera "simiente", a la vez que raz, "secreto", del ain, “ojo”, de donde inferimos que esa luz que está oculta puede llegar a revelar el reino de los cielos. Simultáneamente, ese pasaje roza la novena séfira, llamada el Fundamento, Yesod, que está en correspondencia con la zona genital, es decir, el sitio de la semilla y también del justo: "El justo es el fundamento (yesod) del mundo”. Proverbio 10: 25 Estamos, pues, ante un típico caso de transmutación alquími¬ca. "Pues prosigue el Bahir la columna vertebral se prolonga desde el cerebro del hombre hasta su miembro viril; por ello la simiente viene de arriba, tal como establece Isaías 43: 5: “Del Oriente traeré tu generación”. Para la Kabbalah la cabeza humana corresponde a Oriente y los pies a Occidente. De manera que, puesto que la luz solar surge por el Oriente, es comprensible que el secreto poderoso de la simiente conduzca a la luz. Especialmente si se la sabe hacer subir. Prácticas tántricas y ejercicios de alquimia china pare¬cieran estar en perfecta correspondencia con el tema que estamos tratando.
“El maestro Simeón se puso de pie y habló: He llegado a la conclusión de que cuando Dios se propuso crear al hombre, todas las criaturas de abajo y de arriba se pusieron a temblar. Fue durante el sexto día cuando se tomó la decisión. Volvió a brillar la fuente de todas las luces y se abrió la puerta de Oriente, desde donde pro¬cede la luz que vemos. Por su parte, el Sur desplegó la luz que había recibido y se unió al Oriente, que, a su vez, tomó posesión del Norte haciendo que éste llamara en voz alta al Oeste para que se les uniera. Entonces todos los puntos cardinales rodearon al Jardín, y cada uno de ellos dijo: Hagamos el hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza; que como nosotros abarque los cuatro rincones, lo más alto y lo más bajo. Entonces el Oriente se unió con el Oeste y lo produjeron, de ahí que nuestros sabios hayan dicho que el hombre surgió del lugar del Templo. El nombre divino Adán abarca lo superior y lo inferior, en virtud de sus tres letras: alef, dalet y mem final. Cuando estas tres letras juntas descendieron para formar el nombre completo, éste incluía al hombre y a la mujer”.
Este juicio del Zohar respecto a que el primer ser humano fue creado en el mismo lugar que el Templo de Salomón, pone en evidencia la mención paulina del hombre como templo del espíritu. Tal sistema de correspondencias y analogías permite conjeturar que la creación de Eva, la mujer, contribuyó al perfeccionamiento del hombre, Adán. "Así dice el Zohar en la palabra vayisgor 'y cerró' con carne en su lugar (la costilla, se entiende), la letra sámaj, que significa 'sostén', aparece por vez pri¬mera para hacemos ver cómo se sostenían uno al otro, varón y hembra. De igual modo el mundo superior, intangible, y el mundo inferior, tangible, se sostienen mutuamente. He aquí que esa letra es, también, la que forma la palabra yesod, Fundamento, que como hemos visto es el lugar de la simiente. Así, el secreto está cerrado con una cerradura doble: masculina y femenina”.
"Incumbe al hombre ser siempre masculino y femenino, de modo que su fe pueda ser firme, y que la Divina Presencia (Schejiná) nunca se aparte de él. En¬tonces, ¿qué dirás de un hombre que está de viaje, hallándose ausente su mujer? ¿Acaso ya no cumple ese mandato de ser masculino y femenino? Su remedio consiste en rogar a Dios antes de emprender el viaje, cuando todavía encarna los dos polos, para que ese ruego lo acerque a El (…) Observa esto: todo el tiempo en que un hombre está de viaje ha de ser cuidadoso con sus actos para que el socio celestial no lo abandone y lo deje en situación desprotegida por la falta de unión con la mujer. Pero cuando regrese a su casa, es su deber ofrecer a la mujer algún placer, porque es ella quien le proporcionó el compañero celestial." Al igual que en el pensamiento andino que sostiene que warmi (femenino) y chacha (masculino) se complementan y necesitan para desarrollarse en plenitud, el Zo-har no prescinde de la mujer y anhela, en todo momento, la reintegración en aquel andrógino estado adánico de los primeros tiempos. “De igual forma continúa el Zohar , si la esposa de un hombre observa los días de su separa¬ción, durante todos esos días que él la espera, el compañero celestial se asocia a él, de modo que él es, aún, 'masculino y femenino'”.
“Todas las cosas profundas y ocultas que salen del Pensamiento y son transmitidas por la Voz, nos son reveladas hasta que las expresa la palabra. Esta palabra es Lenguaje y este Lenguaje es Sábado, porque este lenguaje procura dominar y no dejar que lo haga otro. Se trata de un lenguaje que viene del lado de la oscuridad y devela cosas que están contenidas en ese lado. Rabí Isaac interrogó: Si es así, ¿cuál es el sentido del pasaje: «Y Dios dividió la luz de la oscuridad»? El maestro respondió: 'La luz produjo el día y la oscuridad produjo la noche. Luego El los junté y fueron uno, como está escrito: «Y fue noche, y fue mañana, un día». Es decir que noche y día fueron llamados uno'." Es decir, el Uno es par. Es un continuo que liga los opuestos
La Séptima Palabra, que el Bahir relaciona con la cabeza y el cielo, aparece unida a la Sexta en el Santo Palacio del Pensamiento que equivale al día en que, al descansar, Dios reasume la dualidad de lo creado: luz y sombra, en su propio seno indivisible. Un día único. No obstan¬te eso, prosigue el Zohar; “La diferencia por la cual la luz se distingue de la os¬curidad es solamente de grado; ambas son de una misma especie, y no hay luz sin oscuridad y no hay oscuridad sin luz. Pero, aunque forman una sola cosa, son diferentes en color”.
Al parecer, ese Lenguaje que al Zohar denomina Sábado indica el retomo al prístino silencio de la paridad: cuando, en vísperas del Sábado, el varón y la mujer, creados el sexto día de la semana, se ayuntan, entran al séptimo mo¬mento y así recobran el trece (6 + 7) que, en hebreo, es el valor del vocablo ejad, "uno". Oigamos la descripción que hace el maestro Simeón ben Yojai: “Y yo llegué al Séptimo Palacio, que es el más oculto de todos. No tiene ni forma ni imagen, ni puede en modo alguno presentarse a la imaginación. Aquí, en el re¬tiro más secreto, está el Santo de los Santos, hacia el cual todas las almas se esfuerzan. La luz que sale de allí irradia en todas direcciones. Delante de mí descendió un velo, y me dijeron que detrás de ese velo permanece la semilla de la vida y que desde allí parte hacia los mundos inferiores por medio de un río cuyas aguas nunca cesan de fluir. Cuando la semilla santa deja el Santo de lso Santos, es enviada por canales y es fecundada antes de ser depositada abajo. En este palacio se hallan todos los goces, así los conocidos como los que sobrepasan la imaginación. Aquí tienen lugar la unión del mundo superior con el mundo inferior, la unión del macho con la hembra, y en medio de este Palacio vi que se eleva un pilar. Cárdeno, rojo, verde, blanco y negro. Y yo vi como cada alma misteriosa era conducida a su propio pabellón, el cual está alumbra¬do por el color que el alma ha completado en su último estado de evolución. El Séptimo Palacio se llama también Arca del Pacto, porque todas las almas salen de ella. Y en su más íntimo y secreto retiro se halla el punto oculto, que es éste: cuando todos los espíritus, todos los palacios, y todos los carros (sistemas sanguíneo, respiratorio, etc.) se unen formando un todo, esta unidad se anima por el Espíritu Supremo. Y ese Espíritu Supremo es el punto oculto. De modo que el Séptimo Palacio es el mayor de todos porque contiene la Fuente de Vida, de la cual se vierten hacia abajo bendiciones sin cesar sobre todo lo que ha sido creado.” Este es la fuente, por cierto, del libro de las Moradas de la sefardí Teresa de Jesús.
“¡Ahora pensad bien sobre todo lo que este día os reveló! Sabed continuo Simeón ben Yojai que ninguno de estos palacios celestiales son luz. Tampoco son espíritus, ni son almas, ni son forma alguna que pueda cogerse por medio de alguno de los sentidos. Sabed que los Palacios son pensamientos vistos a través de velos: sacad, extraed el pensamiento y el Palacio se desvanece, se convierte en una nada que la mente es incapaz de asir. Y sabed, finalmente, que todos los misterios de la fe están en esta doctrina: todo lo que existe en el mundo superior es la Luz del Pensamiento que procede del Ain Sof, del Infinito. Levantad un velo y la materia parecerá inmaterial. Levantad luego otro velo más y lo inmate¬rial aparece como espiritual y sublime. Así, velo tras velo, en planos siempre más altos, hasta llegar al Altísimo.”
Tras una escena en la cual los discípulos parecen despedirse del maestro, éste los retiene para decirles: “Está escrito: «Pues el Señor, tu Dios, es un fuego con¬sumidor», Deuteronomio 4:24. Mis compañeros (en los secretos) establecieron que hay un fuego que consume fuego y destruye al anterior, porque hay un fuego más fuerte que otro. Siguiendo con esta idea podemos decir que quien desea pe¬netrar en el misterio de la santa unidad debe contemplar la llama que sale de un carbón o de una vela. La llama, que sólo puede salir de un cuerpo concreto, posee dos luces: una blanca y luminosa, y otra negra o azul. La luz blanca es la más ele¬vada y asciende constantemente; la otra está por debajo y la sostiene, pero ambas son indivisibles. La azul o negra está, a su vez, ligada a algo más bajo que ella, que la sujeta y la conmina a empujar la luz blanca. Esa luz azul o negra se toma a veces roja, pero la luz blanca de arriba nunca cambia de color. La luz inferior, que a veces es negra y a veces es azul o roja, actúa como vínculo o nexo entre la luz blanca y el cuerpo que, por debajo, alimenta ambas luces. Esta luz inferior consu¬me todo lo que está debajo de ella, pues su sino es el de ser una fuente de destruc-ción y muerte. La luz blanca que está por encima de ella, en cambio, nunca con¬sume, destruye, o cambia... Además, aunque la luz negra o azul consume todo lo que está en contacto con ella, Israel es capaz de abrirse paso entre sus ardores y seguir con vida. Encima de la luz blanca y rodeándola hay otra luz, difícilmente perceptible, que simboliza la esencia suprema. De este modo, la llama ascendente es el símbolo de los más elevados misterios de la Sabiduría.” El Uno es par: luz blanca y luz negra. Simeón ben Yojai ve todo el proceso ígneo como una metáfora del mismo Dios, por lo que continúa explicando a sus discí¬pulos: “Lo que os dije antes constituye un símbolo de unificación sagrada. La se¬gunda hei del Nombre Inefable (Tetragrama) es la luz azul o negra que está ligada a las letras yod, hei y vav de su nombre, que son la resplandeciente luz blanca”. Magnífica descripción de la Paridad: del yanantin sefardí.
Resulta, por tanto, inevitable que en el viaje hacia la "raíz de raíces" como llaman los kabbalistas al Tetragrama, se avance de la luz visible a la luz invisible, llegando hasta el símbolo de la noche. También para ellos la noche constituye el momento ideal para su trabajo interior. “Podemos pensar que la medianoche es el mejor momento (…) para la invocación del Santo, Bendito Sea, y que por eso David se dirigía a El a esa hora, por ser aquella en la que El entra al Jardín del Edén para conversar con sus justos (…) Repite lo que acabas de decir, comentó un discípulo, ¿dónde lo aprendiste? Y él (Simeón ben Yojai) respondió: Mi abuelo me lo enseñó. Fue él quien me dijo que durante las primeras tres horas de la noche los ángeles acusadores están muy ocupados por el mundo, pero a la media noche exacta, Dios entra al Jardín del Edén y entonces abajo las críticas se detienen”.
El texto sefardí que estamos mostranso tiene una idea triádica de su constitución. “Hay tres hilos del espíri¬tu consigna el Zohar que revolotean y son tomados por tres mundos diferen¬tes. La neshamá o el alma espiritual; rúaj o el espíritu intelectual, y néfesh o el espíritu vital. En realidad, los tres mundos forman uno solo. Rabi Judá dijo: néfesh y rúaj se hallan enroscados, mientras que neshamá reside en el carácter del hombre, pues cada uno es conducido por la senda que elige”. Considerando, con el Zohar, que “las veintidós letras del alfabeto están impresas en el alma, en cada alma, que a su vez las imprime en el cuerpo”, el hombre puede, mediante un co¬nocimiento espiritual del lenguaje, modificar su destino: dilatarlo o constreñirlo. Esta función mediadora de la lengua es de vital importancia para la Kabbalah, que define al hombre como un medaber, un ser que es precisamente porque "habla". Al mismo tiempo, esa condición lo hace oscilar entre la muerte y la vida puesto que un proverbio (18:21) reza: "La muerte y la vida están en poder de la lengua, y el que la ama comerá de sus frutos".
Es a causa del lenguaje que el hombre se separa de los animales y se acerca a los ángeles. A pesar de ello, si no logra que su conocimiento se transforme en sabiduría, esa "apertura de ojos" que lo hace ser "como dioses", puede también causar su perdición. Comentando la "apertura de ojos" que supone comer del Árbol del Bien y del .Mal, y por boca de Rabí Jiyá, el Zohar explica: “Entonces supieron que estaban desnudos, porque habían perdido el viso celestial que antes los envolvía, y del que se hallaban privados ahora. Y ellos cosieron hojas de higuera, pues procuraron cu¬brirse con las ilusorias imágenes del árbol del que habían comido, las llamadas 'ho¬jas del árbol'. E hicieron para sí cinturones. Rabí José dijo: cuando obtuvieron co¬nocimiento de este mundo y se ligaron a él, observaron que estaba gobernado por las hojas de ese árbol. Por eso buscaron en ellas un sostén, y llegaron a conocer toda suerte de artes mágicas, para guarecerse con implementos de esas hojas del árbol, con fines de autoprotección. Rabí Judá agregó: de esta manera fueron llevados a juicio y se les encontró culpables, y el mundo terrenal fue maldecido y despojado de su estado por causa de la impureza de la serpiente, hasta que Israel estuvo en el Monte Sinaí. Luego Dios vistió a Adán y Eva con suaves vestiduras de piel, como está escrito. El les hizo abrigos de piel, or, Primero habían tenidos abrigos de luz, or, que les procuró el servicio de los altísimo, de lo más elevado, pues hasta los ángeles del cielo acostumbraban venir a gozar de esta luz (…) Ahora, después de sus pecados, sólo tienen abrigos de piel, or, buenos para el cuerpo pero no para el alma”.
La higuera que, según vemos, representa el Árbol del Bien y del Mal, otorgó al varón y a la mujer el conocimiento de este mundo par, dejándoles que aprendieran “toda clase de encantamientos y magia” y, como se dijo, se adhirieran así al conocimiento exotérico. Releído con atención nos catapulta de nuevo al Ár¬bol de la Vida. “Y por eso, Adán, que es Israel continúa el Zohar está estre¬chamente ligado a la Torá, de la que se ha dicho: «Es un Árbol de Vida para quienes se apoyan en ella»” Sí: la Torá que estudia el justo, le permite volver a recuperar su cuerpo de luz, penetrar en el interior de sí mismo y descubrirse tal como era cuando los ángeles venían a gozar de su luz.
El Séfer ha Bahir dice: “Así como la palmera está rodeada de ramas y en su centro está el lulab, así ha hecho Israel con el cuerpo de ese árbol que es su corazón. La palmera simboliza la columna vertebral del hombre, su pilar esencial”. Reveladora, la cita recurre una y otra vez a este traba¬jo. Nuestra insistencia no es casual, puesto que al parecer el mismo mundo de símbolos y emblemas que se detectan en las letras y en los números, existe en la naturaleza, en la que cada árbol, cada especie, cada piedra es parte del Liber Mundi del cual la Torah es un espejo. Por ejemplo, tamar, la "palmera", hace decir al Bahir: “¿Por qué Tamar y no otro nombre? Porque es mujer. ¿Piensas, al decirlo, en el principio femenino? Bien sabes que la palmera contiene a veces el principio masculino y a veces el femenino. ¿Cómo es posible? El lulab (la rama central, el eje de la palmera) es masculina y también su fruto lo es desde el punto de vista exterior, aunque por dentro su apariencia es femenina. ¿Cómo es posible eso? Los dátiles, en sus semillas, son semejantes a la mujer, ya que se corresponden en su forma al poder de la luna. Pero el Santo, Bendito Sea, creó a la palmera macho y hembra, tal como dice el Génesis 1:27: «Macho y hembra los creó»”. Esto mismo lo explica el taoísmo con el símbolo del Yin y Yang.
En consecuencia, la Torah, que oscila entre los dos árboles y nos narra la ma¬nera en que el hombre adquirió piel, cuyo reverso es la luz ili¬mitada, enseñaría al justo o tzakik que sigue la senda de la palmera, a reencontrar su androginia primordial, su imagen y semejanza con Dios antes de la fisura, antes del diformismo sexual. Enseñándole, por medio de la tradición oral, a ver el revés de la trama y delineando para él una vía de acceso al centro de sí mismo su propia columna vertebral, su letra vav mediante los canales de la sabiduría que, tal y como hemos mencionado anteriormente, son treinta y dos, cifra de leb, el "corazón".
“En cierta ocasión –dice el Zohar- Rabí Eleazar y Rabí Abba entraron juntos a una cueva, en Lydia, para protegerse del sol. Allí, en la penumbra, Rabí Abba dijo: Escribamos ahora en esta cueva palabras de la Torá. Rabí Eleazar comenzó con el versículo: “Colócame como un sello sobre tu corazón, como un sello sobre tu brazo (…) sus centellas son centellas de fuego, lla¬marada divina”, procedente de Cantares 8:6, y luego agregó: Se ha comentado mucho este versículo. “Una noche oí decir a mi padre que la verdadera devoción y el anhelo de la Comunidad de Israel hacia Dios sólo es producido por el alma de los justos, que hacen que las aguas de abajo suban hacia arriba, hasta que se logra la perfecta amistad y el abrazo mutuo que da fruto. Tanto así que, en la ple¬nitud del afecto, la Comunidad de Israel dice: «Colócame como un sello en tu corazón», porque al igual que un sello permanece después de ser retirado, así dice la Comunidad de Israel: yo tiendo hacia Ti aunque esté separado de Ti”.
Si todo sello, todo grabado en piedra, tiene alto y bajo relieve, de igual modo la Torah escrita es un bajorrelieve que la Torah oral eleva, vuelve a llenar. Pero la Torah, prosigue el Zohar: “Es como una amante, como una hermosa y digna don¬cella que se oculta en una secreta habitación del palacio y que sabe quién vendrá a visitarla: el amante que de verdad le corresponde. Por amor a ella, él se pasea ante su puerta incansablemente, dirigiendo sus ojos en todas direcciones para alcanzarla. Y ¿qué hace ella al saber que él merodea por su palacio? Abre un ins¬tante su puerta, asoma por un momento su rostro para que lo vea su amante, y apresuradamente lo vuelve a esconder. Nadie, salvo él, lo advierte. A partir de ese momento, su corazón y su alma, y todo lo que hay en el se consume de amor por ella, Sólo el sabe que ella se le mostró para hacerle saber que lo ama, pues sólo revela sus secretos a quienes la aman. La Torá sabe que los que son sabios de corazón se acercan cada día a su puerta”.
"Y cuando, por fin prosigue el Zohar el amante se sienta cerca de su amada, y ésta se le muestra cara a cara y le habla de todos sus misterios ocultos y le abre todos los caminos misteriosos (los treinta y dos senderos) que guarda desde tiempos immemoriales en lo más secreto de su corazón, el amante se convierte en un verdadero adepto a ella, en un «dueño de casa», porque conoce todos los misterios y nada se le oculta ya. Entonces ella le confiesa: ¿Has visto cuántos misterios había en la señal que te hice al principio? Y el adepto comprende entonces que es imposible agregar o quitar ni una palabra de la Torá, ni siquiera un signo o una letra. Esta es la razón por la cual los hombres deben seguir a la Torá con todas sus fuerzas a fin de llegar a ser sus amantes."
Para el Zohar, esa unión no es, empero, un acto meramente intelec¬tual. Existe una labor espiritual: estudiar la Torah y una paralela la¬bor vital: unirse a la mujer. “Cuándo puede un hombre ser llamado 'uno'? Cuando es varón junto a hembra y recibe así la santificación. Por eso un hombre debe unirse a su mujer con regocijo en la hora del encuentro. Cuando de verdad hombre y mujer logran unirse, forman un alma y un cuerpo únicos, y cuando un hombre y una mujer están juntos se dice que Dios descansa sobre 'uno' y ellos son llamados 'hijos del Santo Uno'.”
“Las almas del mundo que son el fruto de la obra del Todopoderoso –escribe el Zohar- son, todas, místicamente una, pero cuando descienden hacia abajo son separadas en femenino y masculino. Durante la primera creación están juntas (Adán es andrógino), pero luego son separadas, una hacia la derecha y la otra hacia la izquierda y, luego, Dios hace su apareamiento; Dios, y no otro, pues sólo El conoce el cónyuge apropiado para cual. Feliz es el hombre que es recto en sus obras y sigue el camino de la verdad, de modo que su alma pueda reencontrar su pareja original, pues entonces se hace efectivamente perfecto, y por su perfec¬ción es bendecido todo el mundo.”
De este modo, el kabbalista cree que la paridad visible se armoniza mediante la comprensión del Principio: el Uno es par. “Cuando Dios quiso crear todas las cosas anota el Zohar , empezó creando algo que era a la vez macho y hembra, y a éstos, a su vez, El los hizo dependientes de alguna otra forma que es a la vez ma¬cho y hembra. La Sabiduría (Jojmah), que procede de la Corona (Kéter), al hacer¬se manifiesta produce Inteligencia (Binah). Y otra vez (a lo largo del Árbol de la Vida), tenemos macho y hembra. Sabiduría es el Padre, Inteligencia la Madre, y éstos son los dos platillos de la balanza. Por causa de ellos, todo se manifiesta en la forma de macho y hembra. Cuando el Padre, la Madre y el Hijo (que es Mise¬ricordia, Jésed) están juntos, hay perfecta síntesis. Y cuando además está la Hija (el Rigor, la Fuerza, Gueburá), la unión es aún mayor.”
Mencionados los cuatro primeros números, los cuatro primeros sefirots del Ár¬bol de la Vida, el texto alude a la polaridad que representa lo izquierdo y lo derecho, reunificando por el centro, Taypi, mediante sucesivos parentescos. “Varón y hembra los creó”, citó Rabí Simeón, y agregó: “Misterios profundos se hallan en estos versículos, pues aluden a la doctrina mística de la creación. Segura¬mente, en la misma manera en que fueron creados cielo y tierra, también fue creado el hombre.” Esta búsqueda de la paridad se inicia con el conocimiento de las veintidós letras del alfabeto, más los diez primeros sefirot, cifras, que sumados producen los treinta y dos sen¬deros: “Toda la humanidad debe tender al Santo, Bendito Sea, y poner su confianza en El, comentó Rabí Abba, para que su fuerza sea extraída de la esfera que se llama ad 'eternidad', 'perpetuidad', que es Belleza (Tiferet), sostiene el universo y lo liga en un todo indisoluble”. A su vez ed, que se escribe igual que ad, pero tiene distinta pronunciación, también alude a una “prueba”, a un “testigo” o “testimonio” que, localizable en Tiferet, la sexta sefirá, el lugar del corazón, permite al justo constatar la divina llama de Su presencia ardiendo en su propio interior.
Del corazón para arriba, en el Árbol de la Vida, nos hallamos ante la Cara Mayor, pero del corazón (Tiferet) hacia abajo, estamos ante la Cara Menor, y por ello el hombre, sexto en el orden de la Creación, tiene libertad para subir o bajar de ese Árbol. “Pero el Anciano de los Días y la Cara Menor escribe el Zo¬har son en realidad uno y el mismo. Nunca ha cambiado y nunca cambiará. El es el centro de toda perfección y la imagen en la cual están contenidas todas las demás imágenes, la imagen que puede verse por todas partes y en todas las for¬mas. Sin embargo, lo que nosotros vemos es tan sólo lo que nosotros nos hemos descrito a nosotros mismos a partir de las reproducciones con las que estamos fa¬miliarizados. Nadie puede ver la imagen auténtica y real. La reproducción más próxima a ella en semejanza es el hombre.”
Ese atik iamim o Anciano de los Días del libro de Daniel 7:22 es, por supues¬to, Dios como Padre, que habla a su Hijo a través del corazón. Pero también lo blanco, lo inmaculado y seráfico cuya visión quema, porque El es “la quintae¬sencia de toda blancura prosigue el Zohar y la blancura que se muestra en tres matices: Gloria (Hod), Majestad (Nétzaj) y Gozo (Yesod). El segundo matiz proyecta una luz que ilumina tres lámparas: Fuerza (Gueburá), Gracia (Jésed) y Belleza (Tiferet). En cuanto al tercer matiz, refleja la luz oculta del cerebro e ilu¬mina la lámpara del medio, que es la sexta en orden, la cual ilumina todas las lámparas de este mundo”. Si recordamos que para el Zohar el cere¬bro es un símbolo del agua y el corazón un emblema del fuego, de su unión, re-cordemos, dependerá la reconstrucción del cielo en la tierra. No otra cosa menta Wira, fuego, cocha, agua: Wiraqocha.
El Zohar insiste, como la Chakana, en el tema de las correspondencias y las uniones, como si la simple condición humana estuviera sin armonizar pero con¬tara ya con los órganos de su coordinación consciente. “El Edén celestial está escondido dice , pero el Edén terreno tiene treinta y dos senderos (…) No hay otro Dios fuera de los diez sefirots, de los cuales emanan y dependen todas las cosas. Es El quien llena cada sefirá en toda su longitud, ancho y espesor. Y El sólo sabe cómo unir la Schejiná o Divina Presencia a cada nivel y a cada hoja luminosa que pende del Árbol Sefirótico y es una parte de él lo mismo que los nervios, la carne, los huesos son una parte del cuerpo”. Esta última frase, prueba hasta qué punto la mística judía es una mística carnal.
El cuerpo humano, en cuyo interior están, pues, tanto el Árbol del Bien y del Mal como el Árbol de la Vida, ¬es visto por Moisés de León del siguiente modo: “No creáis que el hombre no es más que carne! Lo que realmente hace al hombre es su alma. Y lo mismo que Dios forma el punto oculto y a partir de él todas las huestes celestiales y to¬das las regiones superiores forman la cubierta, así también está el hombre repre¬sentado por su alma interior, de la cual todas las partes del cuerpo forman la en¬voltura`. La carne, la piel, los huesos y el resto no son sino un vestido, un velo. Por eso cuando el hombre deja este mundo se desprende de todos los velos que lo cubren. A pesar de ello, nosotros no debemos despreciar nuestros cuerpos, pues las diversas partes del cuerpo se conforman a los secretos de la divina sabi¬duría... cuya esencia está compuesta de tierra y cielo, de lo humano y lo divino, de lo material y lo inmaterial, lo mismo que cada ser está hecho de cuerpo y alma. Porque el hombre es la síntesis de todos los santos nombres, y en él están encerrados todos los mundos, así el superior como el inferior, incluye en sí mis¬mo todos los misterios, aun aquellos que existieron antes de la creación del mun¬do”. Para Rabí Simeón ben Yojai este velo constituye una envoltura necesaria, ya que “la piel representa el firmamento que se extiende sobre todo y cubre todo como un vestido”. Y aunque también para él la luz está detrás o bien adentro, no es imprescindible una súbita rotura ilumina¬dora para redescubrirla. Lo importante, para la Kabbalah, es una gradual compren¬sión de la Torah lo bastante continua como para llevar al hombre a Dios siempre y cuando éste, claro está, se comporte éticamente bien.
Aquí, nuevamente, reaparece la Ley, que enseña al iniciado cómo debe ac¬tuar. Y no sólo en su vida externa, sino también en su vida interna. “Rabí Simeón dijo a su hijo Rabí Eleazar: las veinti¬dós letras que se hallan inscritas en la Torá aparecen (también) trazadas entre los sefirots. Cada uno de estos círculos, que son como las coronas del Rey, fi¬gura nombrado con ciertas letras. De ahí que el Nombre Santo esté oculto entre ellas, y puesto que las mismas letras crean una u otra sefirá, todas participan de todas (…) Por eso quien desee conocer la combinación de los nombres santos debe conocer antes las letras que están escritas en cada corona y luego combinarlas”.
“Rabí Isaac dijo: La Torah se reveló en un fuego negro que estaba sobreimpre¬so sobre un fuego blanco, de manera que la Mano Derecha tocó a la Mano Iz¬quierda para que ambas pudieran manifestarse, tal como está escrito: «De su mano derecha una Ley de fuego para ellos». Rabí Abba continúa el Zohar¬- dijo: "Cuando salió el humo del Monte Sinaí ascendió envuelto en él un fuego, de modo que sus llamas eran de un color azul. Mientras ellas se levantaban y ba¬jaban y el humo emitía toda clase de aromas del Paraíso, se iban desplegando los colores blanco, rojo y negro, como está dicho, perfumados con mirra e incienso y con todos los polvos aromáticos del perfumista. Fue la Schejinah, la Divina Pre¬sencia, quien se manifestó así cuando se otorgó la Ley en el desierto, tal como está escrito: «Quién es ésta que viene subiendo del desierto como columna de humo?» Rabí Judá dijo: Pero seguramente no es necesario ir tan lejos para en¬contrar esto. ¿Acaso no tenemos la afirmación directa de que el Monte Sinaí es¬taba todo envuelto en un humo, porque el Señor descendió sobre él en fuego y el humo ascendió como el humo de un horno? ¡Bienaventurado fue el pueblo que vio cosa tan maravillosa y aprehendió su misterio! Luego, Rabí Jiyá comentó: Las letras, cuando fueron grabadas sobre las dos tablas de piedra, eran visibles a ambos lados de las tablas. Y estas tablas eran de piedra de zafiro y las letras es¬taban formadas de fuego blanco y cubiertas luego con un fuego negro, y estaban grabadas de ambos lados. Pero según Rabí Abba, las letras no estaban fijadas sino que flotaban sobre las tablas, siendo visibles los dos colores para demostrar la unión de lo izquierdo con lo derecho, como está escrito: «largura de días hay en su mano derecha, y a su izquierda riqueza y honor». Sin embargo, ¿no se nos ha dicho que de su mano derecha vino una Ley de Fuego para ellos? La verdad es que, a pesar de que la Torá emanaba del lado del Poder es decir de la izquierda , el lado izquierdo fue incluído en el derecho, y así a la Justicia la atemperó la Misericordia, hecho que fue simbolizado por los dos fuegos: el blan¬co para la Misericordia y el negro para el Poder y la Severidad”.
En el siglo XII, Isaac el Ciego había enseñado que “La Torá escrita tiene los colores del fuego blanco, mientras que la Torá oral, los colores del fuego negro”. Isaac creía que la tinta y el pergamino formaban una unidad, pero que, al mismo tiempo, lo que la tinta volvía visible a través de las letras oscurecía igualmente la luz primordial conformando así una suerte de “espejo oscuro” de la Torah oral. En realidad, sostenía el kabbalista provenzal, el verdadero secreto está contenido en el pergamino blanco, entre las letras, en el vacío cuántico verbal.
Al igual que en el tablero de ajedrez, con el cual la Kabbalah tiene más de un punto de contacto, comenzando por los treinta y dos casillas que están en co¬rrespondencia con el mismo número de senderos de Sabiduría, la alternancia entre lo negro y lo blanco es la que se da entre lo visible y lo invisible. Aunque también alude a la luz y a las tinieblas, al día y a la noche, a todos los opuestos y complementarios. Esa luz que es Dios, entonces, es apetecida por su imagen y semejanza desde la sombra, el hombre, materia surgida de la energía y en perpe¬tuo estado de añoranza. Por eso mismo, prosigue el Zohar: “Si un hombre con¬sidera la Torá como un simple conjunto de historias y anécdotas cotidianas, po¬bre de él. Un tal texto podríamos componerlo nosotros, y de hecho los hay de gran valor. Únicamente en la Torá cada una de sus palabras encierra verdades su¬premas y sublimes secretos. (…) Así es también la Torá, en la que los hombres sin entendimiento únicamente ven algo literal. Quienes tienen un poco más de entendimiento, en cambio, ven su cuerpo. En cuanto a los verdaderos sabios, éstos penetran hasta el alma, hasta la verdadera luz que está en la raíz de todo. Es a ellos a quienes, en el tiempo futu¬ro, les será dado penetrar hasta el alma de la Torá (…) Así, pues, desgraciados aquellos que toman la Escritura por una simple colección de fábulas que sólo concierne a las cosas de este mundo, no viendo más que su hábito externo. Y agraciados aquellos que penetran hondo, en el cuerpo y el alma de la Torá. Tal como el vino debe guardarse en un odre para su conservación, de igual modo la Torá necesita un ropaje externo articulado en historias y relatos. Pero nosotros debemos penetrar más allá”.
Gloria que explicita el Zohar es “tan sublime y está tan lejos de toda comprensión humana, que tiene que permanecer en un misterio eterno.” Sin em¬bargo, y a pesar de esa inescrutabilidad, existen tres maneras en las que el hom¬bre puede ver la gloria parcial de Dios: “La primera es la visión que el ojo puede percibir de lejos, mediante la cual tan sólo un rayo infinitesimal lo penetra. Ella es insuficiente para derramar el alma del hombre, pues es una visión exterior, distante. La segunda es aquella en la que el ojo se sumerge sin la debida prepara¬ción en una irradiación que no es capaz de soportar. Deslumbrado y confuso, se ve obligado entonces a impedir la entrada de la gran irradiación por medio de su propia voluntad, después de no haber sido capaz de abarcar más que un diminuto rayo de la visión suprema. Y la tercera manera se produce cuando la visión se ve como en un espejo brillante. Sobre éste, el ojo sí puede permanecer y llenarse tan completamente de belleza que, al fin, la visión penetra en lo más íntimo de su ser e inunda el alma con una luz siempre duradera. Y el alma, habiendo abar¬cado el significado interno de la luz que la inunda, se calienta en su irradiación y se satisface en todo momento con el gozo que ésta emite. No obstante, la esencia de Dios está lejos, por encima de la inteligencia del hombre o de los ángeles, y nadie puede llegar lo bastante cerca como para comprenderla. Los seres que vi¬ven acá abajo dicen que Dios está en lo alto, mientras que los ángeles en el cielo dicen que Dios está sobre la tierra. Dios es conocido por cada uno según la pro¬fundidad de su propia comprensión. Pues cada hombre se adhiere al espíritu de Sabiduría de acuerdo a lo que el aliento de su propio espíritu le permite. Todos los hombres, empero, deben tratar de profundizar su conocimiento de Dios, en tanto que su propia comprensión se lo permite. Aun así la esencia divina debe permanecer siempre envuelta en un misterio profundo.”
Bien, espero que este florilegio de citas haya ofecido un pantallazo para tomar conciencia que nosotros tenemos en nuestra propia tradición un aparato simbólico que nos permite un diálogo inteligente y creativo con la Indianidad en consonancia con el nuevo paradigma científico-técnico. Dejemos el solo punto de vista liberal o el solo punto de vista socialista (que nos enfrentan insulsamente a la Indianidad. Pensemos el caso Víctor Hugo Cárdenas: individualismo / comunitarismo: propiedad privada / propiedad comunaria) y retomémoslos, en otro bucle, como la complementariedad de las dos energías del ser: Bosón y Fermión: Pa- cha.
A continuación condensaré el equivalente de lado amerindio: la Chakana que recuerda que el mundo no es unidimensional y que está compuesto por correspondencias y complementariedades.
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