sábado, 11 de abril de 2009

2. La patriarcalización del mundo semita: el Monoteísmo abrahámico

El concepto de Monoteísmo: fe en un único dios, que un pueblo pretende universal, es en realidad muy reciente. Surge en tiempos de la Ilustración y se supone que fue acuñado por David Hume para caracterizar la religión de dominio de los persas. De él es la frase: “La intolerancia de casi todas las religiones que afirman la unicidad de Dios es tan asombrosa, como el principio opuesto en el politeísmo”, que ha vuelto a agitar las aguas, a la vista de las guerras que asolan a la humanidad, llevadas a cabo por los hijos Abraham, entre sí: Oriente Próximo, o contra los Animistas: la colonización y la ayuda al desarrollo: matando sus cuerpos o violentando sus almas. Genocidio y etnocidio: el sello monoteísta. Este sesgo, objetivo, obviamente es irritante e inquietante, pero debemos investigarlo como sugería, ya en el siglo XIV, Yehoshua Ha Lorqui / Jerónimo de Santa Fe: ¿Tiene o no derecho, puede y debe o no un hombre religioso investigar su religión y su fe hasta determinar si es o no verdadera? Si así es, nadie en todo el mundo será fiel a su religión, pues siempre estará dudando y preguntando; si no, cada creyente deberá continuar en ella, pero presuponiendo que no es superior a ninguna otra.

Antes de entrar en materia, debo advertir mis supuestos. Acepto como hipótesis que tanto el Monoteísmo: Fermión, como el Animismo: Bosón, son dos polos de una misma Realidad, en la que cada polo contiene a su contrario minimizado. Cuando M se actualiza, A se potencializa y viceversa. Así, pues, es de esta Actualización del Monoteísmo de la que voy a tratar, ahora, de dar cuenta, siguiendo a Régis Debray: Dieu, un itinéraire, Paris, 2001. Ello implica, obviamente, que considero obsoletos los esquemas lineales del siglo XIX, tipo: animismo, totemismo, politeísmo y, finalmente, monoteísmo. Estos esquemas pre-einsteinianos han quedado caducos, tanto por la teoría de la relatividad: espacio-tiempo, como por la constatación empírica: el Japón posmoderno sigue siendo animista; el Budismo se está ganando a las elites del Occidente postindustrial; el animismo amerindio renace como una posibilidad de relevo moral global, justamente, por su cosmocentrismo, para otorgar sentido y know how a la lucha contra el Calentamiento global, producido por la ética antropocéntrica del Monoteísmo.

Torii, simbolo del sintoismo basado en la adoración a los espíritus de la naturaleza

Así como en el mediterráneo oriental se da el proceso de desmatriarcalización de la Magna Mater, es en tierra de Canaán donde se da el proceso de patriarcalización del animismo semita. Ese pañuelo de tierra es un mosaico de mini principados y cada reino, como dice Régis Debray, “se talla un dios-escudo, de cuyas cualidades guerreras y políticas se apropia la población simbólicamente, en un clásico intercambio de bienes y servicios”. Los nombres de los dioses se convierten, de patronímicos, en santos y señas de identidad nacional. Es el caso del yahveismo, un culto local entre otros tantos del entorno. El Israel monárquico tenía su dios étnico, como los moabitas tenían a Qhemosh y los edomitas a Quaus. Estos dioses y hombres vivían unos al lado de los otros y sus reinos y panteones se rozaban mutuamente. Siete naciones se repartían Palestina, bajo dominación asiria: fenicios, samaritanos, filisteos, amonitas, moabiotas, edomitas y judíos. Cada uno tenía su pareja de divinidades: macho y hembra. Las inscripciones Kuntillet ´Ajrud y Khirbe el-Qom, de finales del siglo IX o principios del siglo VIII aC, mencionan a Yahveh y a su Asherah, en nuestro caso. Regía, pues, la lógica yanantin. Hubo entre ellos, cómo no, rivalidades, anexiones, fusiones y alianzas dinásticas. YHWH, empero, es el que se impone en este juego político; instrumenta la constitución de un conjunto unificado, llevado a cabo por todos los medios conocidos: conquista militar, ósmosis cultural o matrimonio entre casas reales. David, por ejemplo, esposa a una jebusita: Betsabé. Después de 722, el repliegue sobre Jerusalén de los sobrevivientes de la caída del reino del Norte, que agrupaba a diez de las doce tribus, precipita la unificación de las dos mitades, mediante la fusión de las escuelas elohistas del Norte y las escuelas yahvistas del Sur. En ese momento se mezclan y recomponen tradiciones escritas, atribuidas a Moisés, Sur, y también a David, Norte. Ese pacto engendra la figura de una anfictionía que produce una independencia nacional, facilitando la integración de los recién llegados y su separación respecto de los vecinos. Aparecen un Nosotros y un Ellos más fuertes.

Dicho de otro modo: la unicidad divina sería el resultado de varios siglos de aproximaciones estratégicas para lograr una unicidad política, llevadas a cabo con rodeos, avances y retrocesos. Fue, pues, un desarrollo que procedió por desajustes sucesivos, a partir de una religiosidad animista básica. El Elohim (plural de Eloah) de Jerusalén prolonga y sublima al El cananeo. Los hebreos son cananeos convertidos que continúan venerando a sus divinidades ancestrales al tiempo que han comenzado a adherirse a un culto nuevo llegado del Sur, el yahveismo. Durante un tiempo prolongado, el dios El estuvo casado; su pareja se llamaba Asherah, como ya dijimos, y figurillas suyas se han encontrado en los escombros de la Jerusalén del siglo VI a. C. Se han encontrado, asimismo, templos donde Asherah, la esposa de El, era venerada; por ejemplo: en Tell es-Seb, en la isla Elefantina de Egipto, en Arad. En esos templos se han hallado, igualmente, sus estelas, sus serpientes de bronce, sus sacrificios, sus untus quemados, sus koas e inciensos. A ambos, se les vestía, sacaba a pasear y se les daba de comer para retroalimentar la lógica de la reciprocidad como, por cierto, en todas las sociedades animistas. Es decir, co-existían ambas energías personalizadas en una pareja. Pero, con el profetismo, Jeremías en concreto, empieza a romperse el equilibrio de fuerzas; empieza a hacer más masa crítica la energía masculina y patriarcal. Jeremías empieza a fustigar a los ídolos: las potencias animistas de la naturaleza: la Madre Tierra. El Deuteronomio, entre 550 y 520 antes de Cristo, proscribe la erección de asherims, estacas talladas que representaban a la diosa: símbolos cananeos de fecundidad y fertilidad. Pero he aquí que ese animismo popular se continua, solapado, en los Salmos, el Cantar de los Cantares y, sobre todo, en los rituales que siempre dicen más que los dogmas, acerca de las permanencias subterráneas de las energías bosónicas mágico religiosas. El judaísmo primitivo, pues, no estaba separado de los sistemas de ofrendas agrícolas y animales que rigen, en todas partes, los intercambios entre la tierra, el cielo y el inframundo, para actualizar la red cósmica de la Vida. Un sistema, por cierto, calcado sobre la entrega al soberano del tributo en especie. Los rituales semíticos se empalmaron así sobre los cananeos que, a su vez, se encadenaron con los asirios…

Ahora bien, es en el Exilio de Babilonia donde se da el salto cuántico hacia el monoteísmo, tal como ha llegado hasta nosotros. Lejos del país natal, con el santuario en ruinas, desterrados, prisioneros… la elite sacerdotal y levítica, encabezada por Ezequiel, llama empero a la unidad; una unidad que no podía ser física, dada la caída del Templo y la ocupación extranjera del territorio: la dispersión de los exilados y la sujeción material de los que se quedaron. Así, pues, con el santuario en ruinas, los ritos animistas tradicionales se habían vuelto impracticables. Era preciso crear un sustituto viable. Si lo real es imposible, lo simbólico lo puede remplazar. Tal el descubrimiento. Este gesto intelectual no salió de una decisión deliberada, sino de un hecho consumado. Fue impuesta por esa brutal sustracción de piso, que fue el Exilio: el desmantelamiento de sus usos e instituciones. Esta depuración, pues, obligó a los exiliados a diseñar un “templo” intangible, no localizable y portátil. La Torah sería el nuevo “templo” que remplazaría al Templo destruido. La Escritura será, pues, el arma que nadie podrá destruir y que permitirá al pueblo hebreo persistir en el ser. Conatus, llamaría Spinoza a esa pulsión por sobrevivir a como dé lugar. Ahora bien, después del exilio, los profetas se encargarían de promocionar y capacitar al pueblo, es decir, empezarían a extirpar las idolatrías animistas con el instrumento de la alfabetización: la letra: la escritura. Esta receta está patentada y tiene larga duración: “Yo, sí puedo”. Como dice Debray: “La catástrofe es la madre del monoteísmo y el alfabeto su padre”.

Veamos, empero, con más detalle cómo se desmaterializa, es decir, cómo surge algo así como un Dios único, universal, invisible y todopoderoso. Es aquí, justamente, donde interviene el factor técnico: la escritura y su soporte. La judeidad se transmite mediante relatos, recitaciones y gestos. Todo lo que se base en la separación y azuce, al mismo tiempo, el deber de la memoria. Soporta mal la plástica, la iconografía y los sacrificios porque mantienen y fomentan, justamente, la relación: la correspondencia y la reciprocidad. Un alfabeto es una máquina para descomponer lo continuo, la voz, o para volver discretos los flujos sonoros. Produce un máximo de sentido mediante un mínimo de signos. Con la transposición de lo visual a una transcripción codificada, se lleva a cabo un desenganche, una separación, un desligamiento radical. Un grafema es un desencantador cósmico. Un Dios abstracto, que es una noción y no un dato, requiere un espacio nocional para ser. Liberado de las inercias naturales, mediante signos arbitrarios, Dios se desliga de las similitudes y las correspondencias. El tetragrámaton YHWH, un laser létrico, cercena el cordón que lo liga a las Potencias animistas del cosmos. Es, precisamente, lo arbitrario de un sistema de signos, lo que corta de cuajo las rutas de la analogía entre lo inteligible y lo sensible, entre las palabras y los astros, entre la voz y la tormenta. La historia del Dios monoteísta comienza cuando el graphein se bifurca: una rama en imagen: animismo, y la otra en letra: monoteísmo. A despecho de sus valores fonéticos, el hiero glifo permanece atado a los viejos hechizos de la imagen. Sólo un grafismo absolutamente arbitrario puede acallar el rumor del mundo. En nuestro alfabeto, por ejemplo, la letra A ya no es una cabeza de buey, invertida, con sus dos cuernos hacia arriba, sino que es lo que precede a la B. Punto. Diacrítica, su forma ya no cuenta, sino su lugar. YHWH ha perdido su cuerpo animal. No está ya pegado al mundo tal cual es. Sólo una máquina de atomización, fragmentación: desarticulación, como el abecedario, puede engendrar completamente Otra-Cosa. Sin alfabeto no hay creatio ex nihilo. Sólo un Dios alfabetizado puede despegar de la tierra, trascender y valer igual por doquier e igualar a todos. Así, pues, la escritura es productora de trascendencia. Y su forma más abstracta, el alfabeto, ha producido lo divino más abstracto. No hay Dios monoteísta sin letras aisladas, ni animismo sin lenguas aglutinantes. ¿Cómo funciona ello? El abecedario divulga: vulgariza los misterios. Como máquina de atomizar, destruye la magia de las semejanzas. Como instrumento público, rompe con la ontología del secreto y los cultos iniciáticos que descansan sobre la transmisión boca-oído. Como artilugio abierto opaca las fórmulas confidenciales. La simplificación alfabética pone los misterios al alcance de todos y los ubica en pie de igualdad. El acadio, por ejemplo, lengua imperial pero profusa y cargada, es derrotado por el arameo de los pequeños reinos sirios, porque tiene menos signos. La escritura de Uruk IV tenía 640 signos diferentes. No resistieron ante las 22 letras del fenicio. Quien reduce gana.

¿Qué cambió, pues, el alfabeto en la economía de lo divino? En primer lugar, transforma la sacralidad esotérica en un servicio público exotérico. Un culto ctónico en un culto a cielo abierto. La linealidad y la estandarización de los caracteres dispensan al pueblo hebreo, como dice Debray, “de tener que dividirse entre clérigos instruidos en los secretos y laicos de manos callosas”. Todos pueden descifrar el depósito ancestral con solo haber aprendido a leer y, por lo tanto, a orar. Es como decir que un Dios literal (y no figurativo) acrecienta las oportunidades de inteligencia colectiva: democratiza el saber. El monoteísmo es por sí mismo educativo y está ligado a la escuela y, también, a reprimir el principio del placer o, en cualquier caso, a retardarlo. A esto Freud llamaba, siguiendo el uso de su tiempo, “civilización”. Lo otro: el animismo, era la barbarie. Pero, he aquí, que el monoteísmo produce neurosis: “malestar en la cultura”.

En segundo lugar, el escrito hace advenir el concepto que ya no cambia y que permanece idéntico a sí mismo. Permite pasar de lo circunstancial a lo incondicionado y de lo particular a lo universal. Sólo un texto, paradójicamente, puede descontextualizar y, por ese mismo hecho, engendrar una creencia libre de inscripción local. La transcripción suprime la palabra del hablante y la pone fuera de su flujo. Desenganchada de su emisor, puede volar con sus propias alas. Se autonomiza. Se absolutiza. En las sociedades animistas, orales, el contexto enclava. No hay Ley sino costumbres. No hay Absoluto sino que todo es Relativo. Y, sobre todo, elegir lo escrito, más bien que la imagen, es parar en seco el tradicional culto a los ancestros: la quintaesencia del animismo: el motor de la “red transgeneracional”: Anne Ancelin Schützenberger. En tercer lugar, existe un parentesco estrecho entre escritura e idea fija. El fundamentalismo e integrismo, muy común entre “los pueblos del Libro”, puede verse a este respecto como una hipertrofia de la huella escrita. El paso del mythos oral, relativístico, a un logos escrito, fijo, hace entrar a la divinidad en la lógica infernal de la argumentación, del principio de identidad, de no contradicción y de tercero excluido. La escritura hace pasar la ontología a la filosofía y convierte una salmodia en un retruque lógico: un sed contra escolástico. Apologética: la preparación intelectual de la guerra.

Desde que Dios es captado por la razón gráfica, lo emocional es expulsado de sus refugios íntimos y cae en la trampa de la racionalización y el consiguiente formulismo. Con la intrusión de la razón enumeradora y clasificadora en el campo de lo recibido y de lo salmodiado, la Pareja divina del animismo, no sólo se divorcia y Yahveh devine el Único, sino que, además, se apropia del camino de la dogmática: sólo El tiene la razón; controla la censura: el otro no tiene la razón, sino también se institucionaliza la disputa por medio del enfrentamiento de conceptos, interpretaciones y escuelas. Las categorías de lo verdadero y de lo falso no surgieron de la oralidad animista. Ahora bien, cuando las nociones (universales) de verdad y de error se encuentran con los universos (localizados) de la creencia tradicional, los monoteísmos devienen violentos, depredadores y mortíferos. Un Dios asentado por escrito está ya, a priori, a la defensiva y es, por lo tanto, preventivamente belicoso: guerras preventivas. La mejor defensa es el ataque. Ya Platón, en el Fedro, criticó los aspectos molestos de la cultura escrita: debilitamiento de la memoria individual, humillación de los ancianos, irresponsabilidad de los autores, profanación de los secretos. En una sociedad animista, no hay clero, ni dogmas, ni Inquisición. Producto derivado de la normalización gráfica, la tiranía de la letra engendra, finalmente, la de la interpretación, así como los monopolios clericales del comentario.

Para hacer surgir en los espíritus un Sujeto acósmico y soberano, sobre un plano muy distinto que el disco solar de Atón, entidad aún cósmica, fue necesario este minúsculo detonador: la notación consonántica del pensamiento. Por ello, ir al punto: a lo esencial, y decir todo en pocas palabras, seguirá siendo la táctica por excelencia del Dios monoteísta. El corta lo superfluo. YHWH gana en energía lo que pierde en masa. La sola escritura permitió al pueblo hebreo diseminarse, sin dejar en ello su pellejo, su memoria y su fe. Jerusalén. Para terminar de redondear una noción del Monoteísmo occidental, es preciso referirse a otros dos ingredientes que la conformaron: Atenas y Roma.

En Grecia, fue Aristóteles quien formuló el correspondiente monoteísmo metafísico y político. En el libro XII de su Metafísica expone que la divinidad es una, indivisible, inmutable, impasible, inmortal y perfecta. El universo tiene una estructura monárquica, como una pirámide en cuya cúspide está la divinidad sola. En correspondencia no es bueno que haya muchos señores; es mejor que sólo haya uno. La monarquía política del señor se ha de corresponder con la monarquía cósmica de Dios. El imperio del mundo sólo puede ser uno. Como la divinidad, que todo lo domina y no es dominada por nadie, el emperador domina a todos y no es dominado por nadie. Su dominio es absoluto, pero no arbitrario, pues debe corresponder a la voluntad y las leyes de la divinidad. Igualmente, la obediencia de sus súbditos es absoluta, pero no ciega, pues deben seguir la voluntad y las leyes de la divinidad. El monoteísmo político encontró su última forma en tiempos de la ilustración: “un rey, una fe, una ley” (Luis XIV). En la dictadura de Hitler sonó más secular pero no menos religiosamente: “Un pueblo, un imperio, un Führer”.

La otra fuente del Monoteísmo se encuentra en la religión del patriarcado. Por patriarcado se entiende el dominio del varón sobre el poder, la propiedad y la sucesión. Aquí nos limitaremos al patriarcado romano-cristiano que es el que se ha impuesto en Occidente. El pater familias romano tenía una posición de dominio monárquico en la familia y en la propiedad y un poder ilimitado y de por vida sobre las personas que pertenecían jurídicamente a la familia: mujeres, hijos y esclavos, sobre cuya vida y muerte podía, a veces, disponer. El César era visto como pater patriae del imperio y mandaba como rey sacerdote y padre sacerdote, pontifex maximus. En estos títulos se refleja, por un lado, la esperanza de protección de los súbditos y, por otro, su poder ilimitado: el pater patriae es pater omnipotens. En el escrito de Lactancio sobre la “ira de Dios” se puede reconocer la transferencia de la concepción romana del padre al Dios de los cristianos: el único Dios es señor y padre, su poder es paternal y soberano. No es difícil reconocer que este doble concepto de Dios ha acuñado la imagen de Dios en Occidente. A Dios hay que amarle y temerle. Desde Agustín y Tomás de Aquino hasta Karl Barth y Josef Ratzinger, los teólogos cristianos han defendido este monoteísmo patriarcal con argumentos aparentemente bíblicos.

Lo que hay que retener es lo siguiente: el pensamiento occidental se unilateraliza: unidimensionaliza: Marcuse. Monismo. Sólo reconoce y acepta la energía Fermión: masculina, abstracta y minimiza, reprime o ignora voluntariamente la otra energía: Bosón, femenina, concreta o la combate como el Mal: Dualismo. Se rompe, pues, la relación entre lo Real y lo Simbólico, syn-ballein, y aparece lo Imaginario, dia-bollein: la postulación abstracta de un nivel arbitrario que no se corresponde con la experiencia de la realidad: todos hemos nacido de un varón y una mujer. No olvidar este hecho, es fundamental para estar bien ubicado. A continuación esbozo esta unilateralización: uno u otro (pero no los dos a la vez, como complementarios, que es en lo que estriba la postura indígena: Yanantin)

viernes, 10 de abril de 2009

Cosmovisión occidental y Caos-cosmo-con-vivencia indígena . 1. La desmatriarcalización del mundo mediterráneo: la filosofía griega

Prólogo: “Cosmovisión” y “Caos-cosmo-con-vivencia”

Se me ha pedido escribir un breve texto, más bien propedéutico, sobre “Filosofía occidental y filosofía indígena” para, sobre esa base, poder hacer conversar a ambas maneras de entender el mundo que nos constituyen como bolivianos. He aquí, empero, que para que la conversación pueda darse y no sea un diálogo de sordos o un debate de fanáticos, lo primero que tengo que decir es que la Indianidad no conoce algo semejante a la filosofía occidental y ello debido a muy buenas razones que recién desde una perspectiva post-patriarcal y post-antropocéntrica, podemos entender y, sobre todo, podemos valorar, desde el nuevo paradigma científico técnico.

Para llamar la atención, de entrada, he titulado el texto “Cosmovisión occidental y Caos-cosmo-con-vivencia indígena” para mostrar, justamente, esa diferencia. El siglo pasado se consideraba, en Bolivia, que la Filosofía era el súmmum del pensamiento humano y, por tanto, puesto que los pensadores indígenas no son menos que los pensadores occidentales, también debe haber una “filosofía andina”[1]. Hay que decir, empero, que esta fue una discusión básicamente de bolivianos occidentales castellano parlantes, no de yatiris o amautas o ipayes. Simón Yampara, el mayor pensador qullana vivo, acuñó justamente la expresión “Caos-cosmo-con-vivencia” para mostrar la diferencia qullana respecto de la Weltanschauung occidental. Un indígena (como los científicos de las teorías del Caos; René Thom, por ejemplo) no puede desligar “Cosmos” de “Caos”: ambos hacen la Pacha: la totalidad. Ahora bien, el filósofo occidental pudo “desligar”, “separar”, “abstraer”… durante casi 2500 años, hasta que la teoría de la relatividad puso un signo igual entre ambos, mostrando más bien el Continuum entre ambas polaridades: Bosón y Fermión, y que la filosofía occidental, justamente, se había especializado en reprimir una de ellas: la polaridad Bosón: femenina, comunitaria: relacional. Eso por un lado. Por el otro, un indígena no privilegia un solo sentido para relacionarse con el mundo: la vista, theoreia, como los griegos o el oído, ¡Shemah!, como los semitas; involucra todos los sentidos: complejidad. Para expresar esa integralidad, Yampara usa la palabra “Vivencia” que corresponde a lo que Zubiri llamara “Inteligencia sintiente” o, más recientemente, Daniel Goleman “Inteligencia emocional”. Pero ello no es suficiente. Para un qullana, no se vive aislado, en una Mónada leibniziana; se con-vive en una red multidimensional por la que circulan conversaciones y emociones; lo que, justamente, la biología cognitiva de la Escuela de Santiago, Varela y Maturana, mentan con los conceptos de “organización” y “autopoiesis”.

Dicho con pocas palabras, la evolución de la “física” que, básicamente, coloca lo Contradictorio en el corazón de las lógicas cuánticas, ha tornado obsoleta la “Metafísica”, como le llamara Aristóteles, que buscó la no contradicción, la Esencia y la Substancia de las cosas: su abstracción reduccionista y tautológica: la no-relacionalidad de los objetos.

Mas vale, de cara a un diálogo de civilizaciones con la Indianidad (sobre todo me refiero a los jóvenes para quienes está destinado este texto) que los occidentales estudiemos más que filosofía, las ciencias de punta de nuestro propio occidente. Todos podríamos dar un salto cuántico cognitivo que redundaría en una mejor comprensión y respeto mutuo.

Resumiré a continuación cómo se dio, en Occidente, este proceso de unilateralización y abstracción (: lo que se llama, justamente, filosofía) en el que, sensatamente, no incurrió la Indianidad y, por ello, no produjo filosofía: la represión de la energía femenina a través de la abstracción.

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1. La desmatriarcalización del mundo mediterráneo: la filosofía griega

Voy a condensar el punto de vista de Franz Karl Mayr: Geschichte der Philosophie. Antike, Kevelaer, 1966. Nietzsche, dice, nos enseñó que en Grecia había que distinguir entre una religiosidad olímpico apolínea y una religiosidad ctónico dionisiaca. Este dualismo expresaba el encuentro entre los indoeuropeos, nómadas invasores de Grecia, desde el 2000 antes de Cristo, que llegan con sus dioses celestes bajo Zeus, un dios solar de la luz y la tormenta, y los mediterráneos, que veneraban las divinidades de la tierra y el infra mundo, en la figura de diosas de la fertilidad y dioses de la naturaleza, aglutinados en torno a la Gran Madre. Estas religiosidades se expresaban en instituciones sociales. La religión patriarcal se proyectaba en un orden social de tipo aristocrático-guerrero, políticamente monárquico y estructurado en clases, como en la India.

La religión matriarcal se proyectaba en postulados más bien democráticos, pues el hombre se auto interpretaba más como hijo de la Gran Madre y, por tanto, entre ellos se organizaban como hermandades.

La filosofía surge cuando el proceso de patriarcalización indogermánica se impone y Zeus se convierte en el padre de los dioses y de los hombres y Apolo triunfa como dios de la razón, la medida y las costumbres patriarcales. Dionisos se escondió en Delfos: delphys: seno materno, el antiguo lugar de culto telúrico de la Diosa matriarcal. Dionisos: el dios matriarcal de las mujeres, el vino, el éxtasis y el exceso pasa al underground. Los restos ctónico-matriarcales se enmascaran bajo los cultos de Demeter y Dionisos en los Misterios Eleusinos; como Illapa en Santiago y Pachamama en la Madre de Dios.

La experiencia religiosa, de tipo matriarcal, se corresponde con una experiencia del tiempo de tipo orgánico biológico, en el que las fases lunares son entendidas como metáforas de los períodos del ciclo menstrual, los que, a su vez, se representa en el símbolo del círculo que se convierte en hierofanía de la Gran Madre. En ese momento, el ser aun no se distinguía del devenir. La simbólica matriarcal del círculo: physis, la naturaleza, y apeiron, lo infinito, significan que todo lo que podemos llamar real procede de un origen materno o arjé y que ha de volver al mismo como su telos, su meta. La esperanza de inmortalidad, pues, se entiende como un regreso al seno de la Gran Madre. La muerte, pues, fue experimentada como la presencia de la última de las moiras, la del destino, que representa el devenir cíclico del tiempo. De este modo, la propia muerte es vivida como un sentir la presencia de la Gran Diosa Madre. Esta comprensión matriarcal del ser y del tiempo llega hasta los inicios de la filosofía jónica, en la que el tiempo se experimenta no como previsión de futuro sino todavía como anámnesis, retorno a la physis y al apeiron, lo ilimitado, semejante a lo que los físicos llaman, ahora, Vacío Cuántico o los kabbalistas, Ain Sof. Se tiene, pues, una visión optimista de la vida, bajo el regazo de la Gran Madre.

Los ingredientes básicos: la esperaza humana, elpis, por así decir, se orienta al pasado, a lo que Freud llamaría el principio de placer: elpis es voluptas en latín. La diosa Esperanza, pues, es la diosa del origen y del buen pasado. Todavía, en latín, pasado se dice perfectum. Por el contrario, el tiempo, en la naciente mentalidad patriarcal, afirma el futuro, como desligación del pasado y del presente. El símbolo del círculo se desdobla, por así decir, en una línea recta que se desboca hacia lo desconocido y que es representada en la lucha y victoria de Zeus sobre los hijos de la Madre Tierra que se expresa en el juego de palabras: el tiempo, jronos, es puesto en correlación con el padre de Zeus, kronos. La edad de oro, pues, es interpretada patriarcalmente, todavía en el pasado, cierto, pero que encontrará su meta, su telos, en el futuro, en la estirpe de kronos, es decir, en Zeus que destruye la potencia de la moira, como tiempo matriarcal. Empieza la deconstrucción del matriarcado. Esto es filosofía.

Zeus, el Gran Padre, funda su nuevo ordo cósmico resemantizando las funciones de la Gran Madre. Ahora es él el fertilizador de la tierra a través de la lluvia. Se van sustituyendo las funciones. El tiempo matriarcal es entendido como desordenado, caótico. El patriarcal como ordenado; a eso se llamó cosmos. Caos / cosmos. Ahora bien, la comprensión jónica del ser como physis, es decir, como naturaleza madre de la vida y de la muerte, se quiebra en Parménides, sexto siglo antes de Cristo, quien va a distinguir el Ser del No-ser o devenir. La distinción busca mostrar el devenir: lo matriarcal, como un ser aparente, irreal, frente al Ser auténtico, real, verdadero y que se caracteriza, justamente, porque es intemporal e inmutable, einai, on. Lo verdadero es lo fijo, lo unívoco, lo eterno. Lo falso es lo fluido, lo plurívoco, lo relativo y contingente. La filosofía, pues, empieza a congelar en conceptos lo que antes era contextual, relativo, probabilístico, fluido.

El siguiente paso: este Ser sólo se puede conocer por la razón espiritual, noésis, mientras que el devenir se conocía por experiencia sensible, aisthesis. Con la filosofía, pues, empieza el conocimiento basado en la autoridad: porque lo dice el Padre, luego el philosophus, y no porque yo lo se, por experiencia propia. La experiencia propia es lo matriarcal y eso debe reprimirse; ya no tiene valor. Empieza a tenderse la cama para conocer por fe: la teología, que es peor todavía. Así, pues, este Ser, que emergía en el horizonte, concebido como puro pensamiento, exento ya de devenir, es dicho en primera instancia de Zeus, como dios olímpico patriarcal exento de toda atadura matriarcal. A esto se llama logos, eidos: razón masculina. Y se contrapone a physis, dike, moira: razón femenina. Así, pues, el tránsito de una concepción physica a otra eidética significa el paso conceptual de lo divino como origen (madre) a lo divino como fin y meta (padre). La arjeología matriarcal cede a la teleología patriarcal greco-semita-cristiana.

Resumiendo: physis y apeiron ceden el paso a eidos y logos. Es decir:

lo ilimitado / lo limitado

circular / recto

pluralidad / unidad

fluido / estático

hacia la izquierda / hacia la derecha

oscuridad / luz.

Luego viene Anaxágoras, siglo quinto antes de Cristo, que pone la guinda: el nous, espíritu, es el principio formal que trasciende y ordena el universo physico. Platón zanja la cuestión al introducir el nous como un fundamento espiritual de la propia physis. Con lo que entramos al conocido dualismo naturaleza / espíritu que llega hasta el día de hoy. La derrota de la Madre Tierra está sellada.

El siguiente paso estaba como servido: Platón va a demostrar la existencia de Dios por el a priori racional y espiritual que anida en la physis. En el modelo matriarcal, a dios se le sentía; no había necesidad de demostrarlo y menos intelectualmente. Se pone la semilla de la secularización. De este modo el eidos, la idea, funda el ser. La descorporeización avanza rápidamente así como la racionalización del Gran Padre olímpico apolíneo. Para Platón, jora: la materia ilimitada y por tanto imperfecta, se subordina a eidos: la idea limitada y perfecta. Lo matriarcal-material es devaluado frente a lo patriarcal-formal, elevado a ser trascendente. En categorías pitagóricas se diría que la medida, el número y la forma, es decir, lo limitado, prevalecen sobre lo ilimitado, imperfecto, femenino. Dios será concebido como un ser sustantivo y ya no como un acontecer verbal. El ser, en la filosofía clásica, deviene cada vez más claramente una configuración eidética objetivada por nuestra visión racional. La separación de ser y devenir traerá consigo la de pensar y hablar. Se devalúa el nivel del devenir, propio de las cosas y el lenguaje, por considerarse expresión del principio material, matriarcal. Se privilegia el pensamiento y el lenguaje unívoco en torno a un Ser univocado. Para ello la escritura es fundamental: congela en una letra el flujo de la voz.

Aristóteles rebarajará lo dicho sobre la relación dynamis / energeia, que se traducirá al latín como potentia y actus, entendidos respectivamente como hyle, materia, morphe, forma. Pero lo que viene a cuento es lo siguiente. El Hombre, en cuanto varón, tiene en el espíritu, nous, su forma o razón, de modo que la mujer, en cuanto Hombre, participa meramente de dicha razón masculina. Ahora bien, lo específico del varón es que el concibe, activamente, el ser de las cosas de un modo objetivo y visual, mientras que lo típico de la mujer es que concibe, pasivamente, lo concreto del sustrato physico ilimitado de la materia de modo intuitivo. Y eso ya no tiene prestigio. Esto es proyectado al olimpo: Dios es espíritu razón masculino, noesis noeseos, opuesto al no-poder de la materia representada en la Gran Madre. El Dios aristótelico ya no es un dios de la comunidad, sino un dios civilizado que como Motor Inmóvil reprimirá las viejas categorías matriarcales. De este modo, Aristóteles afirma que el nous, es vida, dsoe, arrebatando así a la Gran Madre su atributo de ser donadora y paridora de vida.

Categorías matriarcales

Categorías patriarcales

Naturalismo presocrático (Oriente)

Estatalismo político (Occidente)

Sedentarismo femenino: horticultura

Nomadismo masculino: caza

Reciprocidad inmediata

Intercambio mediado

Animismo

Monoteísmo

Culto a la tierra y a la luna

Culto al cielo y al sol

Mística de la vida

Mística de la idea: la vida cosificada

La alianza con YHWH, de la que saldría la civilización occidental, estaba preparada.

De modo semejante, el judaísmo del comienzo vivió (como el homo sapiens sapiens desde hace, entre cincuenta y cien mil años) bajo un paradigma animista; es más, conoció como dioses a Yahveh y Asherah: la pareja, cuyas estatuillas se guardaban en el Arca primitiva hasta que la abstracción de la Ley los convirtió en las dos tablas de la Ley. La abstracción minimiza el Género. No lo puede hacer desparecer: es la otra energía de la vida: Bosón, pero le invisibiliza. Gran lección.

A continuación condensaré el otro proceso: la patriarcalización del animismo semita.


[1] Este ejercicio asume dos formas básicas. Jorge Miranda, Das Sonnentor. Vom Überbleiben der archaischen Andenkultur, 1985, conceptualiza y modela el simbolismo andino, siguiendo el modelo de la Cábala cristiana del Renacimiento y Josef Estermann, Filosofía andina, 2006, practica una filosofía intercultural: traduce para los occidentales el pensamiento andino siguiendo un criterio homeomórfico: cuáles sean los equivalentes conceptuales en ambos sistemas de pensamiento.