lunes, 13 de agosto de 2007

El lenguaje de los desfiles

Los monoteístas no estamos acostumbrados a leer lo fluido, el paisaje, el clima, la energía. Nuestro fuerte estriba en congelar la vida e inmovilizarla en la letra escrita, para minimizar la plurivocidad, suscitar la identidad y escribir, luego, sobre el tiempo y la historia: el lugar donde creemos que nos vamos a salvar. El espacio es sólo un soporte para nosotros; recónditamente, es el lugar de la idolatría. Tenemos, empero, que complejizar nuestra mirada, pues el Calentamiento Global es una consecuencia de no haber tenido en cuenta el espacio, como el lugar de la morada y comunicación inter humana. Los animistas, por el contrario, se expresan con todos los sentidos, con sus cuerpos (que, a su vez, se tornan textos por su indumentaria o tatuajes) moviéndose por el espacio y, por tanto, incorporando el tiempo: la duración del desplazamiento. Sus mensajes políticos a los monoteístas, parecieran cifrarse en sus desplazamientos por los espacios públicos republicanos que conducen, conectan y comunican: las carreteras, las calles, las plazas que se convierten en las hojas en las que escriben sus mensajes a través de Perfomances multidimensionales: bloqueos, marchas, desfiles o Instalaciones vivas masivas: huelgas de hambre, crucifixiones públicas. La Palabra de Liminalidad refulge en las carreteras; la Palabra de Oposición en la calles y la Palabra de Unión en los desfiles. Desearía explorar sus sentidos, pues están hablando muy fuerte y nosotros, los letrados, como que no nos queremos dar por enterados. De todos modos, hay también como un “analfabetismo” del lenguaje corporal de los Otros del que padecemos los monoteístas. En este segmento, se ubica esta reflexión. El desfile, desde una mirada más bien occidental Una cosa es caminar, otra marchar, otra desfilar. Desfilar incluye a las anteriores y les añade marcialidad; es el lenguaje de los ejércitos, el lado florido de la guerra, el vértice amable de la victoria, que celebra o anticipa el triunfo. Es un lenguaje de guerra que recuerda que en él hay vencedores y vencidos; que la vida y la muerte se pueden acercar; por tanto, toca lo sagrado. Un desfile entraña sobre todo un aviso disuasorio: preferimos la paz, pero si tu sigues ciego, sordo, cerrado, agresivo, pues tendrás guerra. Es un memorandum. El desfile es el lenguaje de los que saben que tienen la fuerza y el poder. Por eso intimida, pues confronta al Otro directamente, cuerpo a cuerpo, no a través de los media, es decir, a través de una intermediación abstracta. Con razón se sienten “pro-vocados” los comiteístas: han acusado el mensaje; pues, efectivamente, son con-vocados a portarse razonablemente: civilizadamente. Pero, he aquí, que este desfile surge, precisamente, como respuesta a la resistencia al Cambio, liderada por el Comiteísmo cívico católico (cuyo punto focal de identidad es, precisamente, la estatua del Cristo Redentor) (Los qollanas, en el Cabildazo, le contrapusieron el Faro Murillo, donde se asientan los yatiris de la Ceja; tampoco por casualidad). Esta resistencia católica al Cambio se expresa en el cultivo continuo, en dosis homeopáticas, de un clima de hostigamiento mediático que busca, artificialmente, crear turbulencia política en el sistema, para desestabilizar el Régimen democrático. Ellos, pues, el Comiteísmo, son los Otros invisibles de esta puesta en escena energético interactiva. Ellos son los destinatarios directos de su mensaje kinético. El fuerte de los animistas no es la Palabra; son las Perfomances rituales. Este es otro motivo de malentendido entre monoteístas logo-céntricos y animistas praxis-centrados. Por eso, precisamente, había que ir personalmente a Santa Cruz, con sus ponchos y sus flechas, a mostrar físicamente, a poner en evidencia, delicada y hasta lúdicamente, que el Comiteísmo son cien familias y el pueblo cruceño está con ellos; que ambos quieren la “Unidad de Bolivia”, la concordia y la convivencia civilizada. En el Tromplillo, la televisión mostró pueblo; bajo el Cristo Redentor, colegialas y alta costura tropical. Un desfile, además, recuerda que todas las guerras las culmina la infantería; que no hay guerra ganada por la aviación. Ellos son la infantería de este país desde su fundación; son los que hacen el Servicio Militar. Se trata, pues, de que el Comiteísmo tome conciencia de la fuerza real del Otro y se modere. Todo desfile es un aviso. Este desfile fue una segunda respuesta amistosa a la guerra mediática ya desatada por el Comiteísmo cívico católico y que no cesa. ¿Habrá que recordar que la paciencia suele tener un límite? El ver al Prefecto y al Alcalde, después de todo lo dicho, modosos y sonrientes al lado del Presidente de la República, que aplaudía, seguro y fuerte, el desfile de sus ejércitos, mostraba claramente la correlación de fuerzas (de eso se trataba, justamente) y ellos, debieron sentirlo, subjetivamente, como una gran humillación y derrota, aunque, objetivamente, el protocolo diluía todo ello en agua de borrajas; para eso están, precisamente, los ceremoniales de Estado. En esta guerra mediática que el Comiteísmo cívico católico, ha desatado contra Evo y los indígenas: contra los Otros: los animistas, han tenido, nomás, que participar en la escenificación de su propia derrota moral; no les quedaba otra. El haber hecho lo imposible, para que no se diera ese desfile en Santa Cruz, revela extraordinariamente que el Comiteísmo sabía muy bien de qué se trataba simbólicamente. El mensaje mayor, empero, es un conmovedor pedido de Reconocimiento dicho en su lenguaje: mírennos, esto somos; estamos en todas partes, somos la mayoría, venimos en son de paz, pero tenemos poder. A través de Evo estamos en el gobierno; somos aliados de las Fuerzas Armadas. Ya no pueden disponer de ella, como en la época de los Teodovic. Esa época pasó. Sean inteligentes y reconozcámonos por las buenas, amigablemente, que si no va a tener que ser por la fuerza, pues el Pachakuti ha llegado; la tortilla se ha volteado. Ahora es otro tiempo. Los diversos rostros de la violencia latente Estos desfiles, además de una ritualización del conflicto, son un microcosmos en movimiento donde se muestra, como en un escaparate, las violencias latentes de nuestra sociedad. Reconozco dos formas de violencia: la occidental y la amerindia. La occidental está representada por: a) las Fuerzas Armadas, que son los gestores de la violencia legítima del Estado y b) por el Comiteísmo Cívico, que es promotor de una violencia ilegítima e ilegal que busca perpetuar un Estado fallido oligárquico. La novedad es que, ahora, ambas formas de violencia dominante no van juntas. Se ha roto el pacto señorial. Ahora bien, las FFAA mezclan diversas formas de violencia: enfrentamientos de masas encontradas (bloqueos); neutralización de la potencia del Otro para anular su fuerza (Erradicación de coca); aplastar, sencillamente, insurrecciones urbanas. El Comiteísmo Cívico implementa ya la llamada guerra de “Cuarta Generación”, Fourth Generation Warfare. Esta guerra sutil, de la era de la información y las telecomunicaciones, ya no tiene soldados, tiene periodistas y presentadores de tele noticiero; los cuarteles son los canales de televisión y las salas de redacción; no disparan balas, bombardean la opinión pública para influir en su ánimo; es una guerra psicológica y mediática. Utilizan la bandera de la democracia y las libertades para aniquilar la democracia y las libertades. Esta es la guerra continua de baja intensidad del Comiteísmo. Esporádicamente salen de pogromo con sus huestes juveniles en Razzias y Jacqueries contra indígenas indefensos, mujeres vulnerables, niños asustados: toda una demostración de machismo tropical. De vez en cuando filtran a los medios fotografías de Sicarios para darse ánimos y, últimamente, han pasado un spot publicitario a lo ETA / FARC: sin comentario. Cada cual saca el tipo de violencia que tiene en su corazón; esta violencia cainita busca la aniquilación del Otro, pues, monoteístamente, no puede aceptar al Otro como diferente, a no ser que se “modernice”, “castellanice”, cante a capella el Ave María de Zipoli, “progrese”: “se acambe”. Estamos en el dominio simbólico del Uno. La otra forma de violencia es la indígena, que es de naturaleza oriental. Reconozco dos formas: a) El arte de la guerra, de Sun Tzu: cómo vencer al enemigo simplemente imponiendo una moral dominante, infundiendo el miedo para así poder vencer sin llegar a la batalla y b) lo que Ludovico Bertonio llama Auca pura tincusitha, juntarse entre bandos contrarios, para buscar el balance justo a través de la ritualización del conflicto, que es, por cierto, lo que son estos desfiles, que traduzco para mis lectores. Tristan Platt, Entre Ch´axwa y Muxsa, en Tres reflexiones sobre el pensamiento andino, distingue tres conceptos que nos puedan dar una idea de qué lógica subyace a lo que cada vez empezaremos a ver con más frecuencia. La idea básica es que estas puestas en escena se basan en el concepto de Paridad: Alasaya / Majasaya: dos bandos: Animistas / Monoteístas; dos ecositemas: Tierras Altas / Tierras Bajas; dos economías: Reciprocidad / Intercambio ... lo que, políticamente, se llama Diarquía: el Poder de la Paridad (Por eso es que no tiene pies ni cabeza, traducir estas prácticas políticas no-occidentales en la propuesta occidental del Estado Unitario Plurinacional que corresponde al modelo anterior basado en el Uno). El primer modo es el Tinku: el encuentro de dos parcialidades antagónicas (Tierras Altas y Tierras Bajas) para sellar una unidad mayor que sería la Diarquía: el Estado Yanantin. Se lleva a cabo como un juego, pujllay, para ostentar fuerza en búsqueda de un Balace Justo. El arquetipo del Tinku es el coito. No pretende, pues, la aniquilación del Otro, como presienten, desde su lógica occidental, los Comiteístas. Todo lo contrario: los qollanas les quieren hacer el amor, por las buenas o por las malas. El segundo modo es la Ch´axwa de contrarios, una relación de contrariedad antagónica pero complementaria entre vencedores y vencidos. Este modo es para cuando el anterior: el Tinku, que busca una igualdad simétrica, no ha sido suficiente. El tercer modo que piensa la relación entre simetría y contrariedad es Mokhsa. Los significados ofrecidos por Bertonio, además de paz y reconciliación, indican que la violencia física y verbal pueden coexistir con acciones de ternura, suavidad y sazón. Los andinos, en efecto, asocian explícitamente pelea, comida y sexo (como nosotros reprimidos monoteístas, por cierto). No cabe, pues, la idea de aniquilación del Otro, ni de Absorción; desaparecería la Paridad Onda / Partícula. Restablecido el equilibrio, se convive, se coexiste, se complementa. Esto tienen que entender los bolivianos monoteístas. Caín y Abel y la Endlösung no son un arquetipo andino. Cristóbal de Albornoz narra una práctica que el Inka llevaba a cabo con sus vencidos: “Cuando iban los ingas conquistando, dexaban alguna (…) ala de halcón. Desta ala de halcon usa dicha cirimonia, que a los que vencían escogía a uno a quien dexaba en su lugar y le decía: “Hazed desta ala de halcón bivo y tirad della hasta que la saqueis”. Quedó el inga con la una y al que nombrava con la otra, y dezíales: “Mirad como esta ave es la más noble y leal de las aves, ansí lo has tú de ser conmigo, que me fío de ti”. Este es el arquetipo del modo qollana de hacer política. Este arquetipo no se puede vaciar en el formato “Estado Unitario Plurinacional”. El halcón estatal indígena sólo puede volar con dos alas (Diarquía): los monoteístas de Tierras Bajas: “a quien dexaba en su lugar”, a un lado; los animistas de Tierras Altas: “que me fío de ti”, al otro lado del cuerpo estatal. Los bienes públicos (recursos naturales) son de todos y los administra el foedus de la consociatio symbiótica: el cuerpo del halcón, para decirlo con palabras del padre del federalismo occidental: Johannes Althusius y del Inga andino. El desfile desde una mirada más bien andina y cuántica Digamos que la realidad es el efecto cuántico (no hay objetividad; hay Efecto Observador) de la complementariedad de dos energías antagónicas: jampi y layka, bosón y fermión, … que se expresa también simbólicamente a través de dos funciones simbólicas que, con Dominique Temple, llamaré la Palabra de Unión y la Palabra de Oposición que co-existen en el Vacío Cuántico de todo lo que es, desde el nivel subatómico hasta en la Teosfera (L. Boff), pasando por la Noosfera (T. Chardin). Pues bien, los qollana han activado, en los desfiles indígeno/militares, la Palabra de Unión: “Bolivia unida”. Han izado la Tricolor, que une, y han arriado la Wiphala, que desune, pues simboliza su Palabra de Oposición, de diferenciación. La primera unión la han tejido con las FFAA: sus clásicos verdugos. Quieren restregar esta Alianza en los ojos de todos. Ese fue ya el mensaje del desfile de Sucre. Este año, quieren insistir con los que no se quieren dar por enterados. Quieren unirse con ellos, en ese Tercero Incluido que es Bolivia, respetando su diferencia, pues los necesitan no como sus iguales sino como sus opuestos para que haya complementariedad. Aquí hay una fuente de malentendido. Los monoteístas entienden la Unión como absorción del otro, como desaparición del Otro en su Sí-mismo. Los qollanas entienden la Palabra de Unión cuánticamente como unión de fuerzas antagónicas. Ahora bien, la Palabra de Unión pretende dar cuenta de la totalidad del campo de la conciencia, por eso está cargada de afectividad e incluso religiosidad, ch´allas, en la lógica del don: se preguntaban, en la tele, ¿qué nos regalarán (los cruceños en reciprocidad)? Les hicieron el contradon de la hospitalidad. La Palabra de Unión suscita un centro, movil, cuyo símblo es Evo Morales: el Jefe de Estado, en efecto, se convierte en un centro de redistribución general. “Bolivia” es el Tercero Incluido; intangible, que reune la heterogeneidad homogeneizando un nuevo “Nosotros” como justo balance de dos civilizaciones antagónicas. De momento Sun Tzu y Evo: lo oriental, dirigen estos desfiles; las FFAA: lo occidental, están en el Manqhapacha, alertas. Este es el mensaje de estas ritualizaciones del conflicto entre dos civilizaciones, una de las cuales se empeña en no reconocer a la otra, como Otra. Javier Medina

Síndrome Pando

Escribo con dolor; con el dolor del que constata que su sistema no produce una eticidad capaz de fundar relaciones con el Otro que no le avergüencen como parte de una Humanidad mayor. Cada vez es la misma historia: “Entrar con la de ellos, para salir con la nuestra”. Me siento como hijo de un criminal peligroso; de un depredador ciego y feroz; de un desequilibrado mental que no es capaz de ver la totalidad, sino sólo su parte que, encima, absolutiza como única. ¿Por qué no podemos cumplir nuestra palabra? ¿Por qué nuestras buenas intenciones terminan dejándolos en la estacada, cuando no apuñalándolos por la espalda? ¿Qué es lo que nos impide aceptarlos como Otros? Algunas pistas Voy a tratar de responderme utilizando esa rejilla analítica que distingue entre lo real, lo imaginario y lo simbólico. Pero, antes, hace falta recordar que hemos sido educados en entender nuestras relaciones con la Indianidad de forma paternalista y vertical. Y ello es así porque nuestro modelo mental mayor es de tipo Patriarcal y, además, monista. Un solo Dios, Padre; los demás son hijos menores de edad; de ahí las estructuras mentales y afectivas que caracterizan al monoteísmo católico en nuestro país. Luego, la noción de verticalidad (que organiza nuestro sistema de relaciones bajo la modalidad de la subalternidad) se finca en la noción católica de Gracia. Es decir, que sólo se puede imaginar un dinamismo que baja de arriba abajo y que no precisa, explícitamente, de retorno. Excluye la Reciprocidad como condición de su propia posibilidad. Dios crea libérrimamente y no precisa ni de la creación ni del hombre para existir. Este modelo mental es antagónico al modelo de la Indianidad basado en la Reciprocidad, es decir, en la lógica de la circulación democrática de la energía social. Nadie es suisuficiente; todos precisan de todos, incluidos el Dios y los dioses. Esta idea va contra la esencia misma del Monoteísmo: su noción de divinidad. Lo real El monoteísmo católico entiende su relación con la Indianidad, atomizando su visión de ella (no quiere ver que es otra civilización) y personalizandola en la figura del Pobre (de acuerdo al Intercambio). Que haya Pobres es de vida o muerte para el Monoteísmo. Si no los hubiera, tendría que crearlos (que es, justamente, lo que ha hecho). El monoteísmo no es pensable y, sobre todo, praticable en una sociedad sin pobres. De las virtudes monoteístas: fe, esperanza y caridad, las dos primeras se pueden practicar directamente con Dios; sólo la tercera precisa del otro y repárese cómo: como objeto de caridad justamente; no como un Tu con el que se establecen relaciones de reciprocidad. Es más, en torno a ello: los pobres, se organizan las obras de la iglesia, desde la limosna, pasando por el montepio hasta las actuales oenegés que, en unos tiempos secularizados también han secularizado la Misión como Ayuda al Desarrollo: la gran fábrica de empobrecimiento de los países de misión. Sobre esta centralidad ontológica del “pobre” en el catolicismo, remito a la teología de la liberación. En cambio las virtudes andinas: ama sua, ama qella, ama llulla y las virtudes confusianas: respeto, magnanimidad, sinceridad, formalidad y amabilidad, para ser practicadas, precisan del Otro, se practican en comunidad; en tanto las virtudes occidentales, a las que hay añadir las aristotélicas de fortaleza, templanza, justicia, prudencia y sabiduría, se basan en el individuo y la noción de justo medio. Por tanto, pues, una propuesta política que apunta a la Suma Qamaña: el vivir bien en equilibrio y armonía, no sólo con los otros (lo que implica no-pobres) sino también con la naturaleza (lo que implica homeostasis biosférica) es algo que atenta radicalmente contra la institucionalidad monoteísta y occidental misma. Sin explotar al otro y a la naturaleza no es pensable el monoteísmo occidental. Aquí no es la razón la que reaciona, sino el instinto. En nuestro caso, el conatus alucinado por llegar a ser un Estado industrial fuerte. Para ese propósito, los indios, obviamente, no sólo sobran, sino que estorban. Por tanto, traicionarles, de a poquito, es lo más delicado que pueden hacer. La otra forma de comprender su relación con la Indianidad es entenderlos como Menores de Edad, es decir, como occidentales en potencia que a través de las instituciones de la modernidad: la escuela, el hospital, el cuartel, el mercado, la carcel, el manicomio (obsérvese que, hasta ahora, estos son los espacios en los que trabajan las oenegés) algún día llegarán a ser occidentales. Las grandes líneas de trabajo de esta forma de relacionarse son la Capacitación y la Promosión. El solo instituirlas crea una relación asimétrica de subordinación y dependencia: el capacitador y el capacitado; el promotor y el promovido, el que sabe y el que no sabe. Los primeros son siempre los misioneros y voluntarios y los segundos son siemrpe los indígenas. Esas instituciones de la Ayuda al Desarrollo crean automáticamente al Menor de Edad y sólo así saben relacionarse con el Otro; nunca considerándolo como un igual; menos aun como un complementario. Dicho con otras palabras: el Monoteísmo sólo puede establecer relaciones con el Otro sobre una base etnocida: extirparle su cultura y capacitarle; promoverle: hacerle pobre y endeudado en el otro sistema. Esta es, desgraciadamente, la otra forma que conocemos de relacionarnos con el Otro y de lucrar nuestro pan: viviendo literalmente de los pobres e indios a través de la forma oenegé. ¡Cómo no se nos va encoger el ser: el conato de persisitir, si un nuevo modelo de sociedad ya no va a precisar de nosotros, capacitadores y promotores del desarrollo! Toda la clase media universitaria, que no trabaja en el gobierno, vive de esta suerte de organización de la mendicidad, que capta “ahorro externo” en nombre de los indios y los pobres. A este parasitismo estructural, a este vampirismo urbano que vive de la sangre india, ¿cómo no se le va a estremecer el ser, ante la mera perspectiva que una Diarquía o una Autonomía Indígena, no supediatda a la Autonomía departamental, que los haga superfluos? En un Ayllu ampliado a escala comarcal, departamental o regional, el cristianismo ya no tiene lugar; las oenegés tampoco. ¿Hemos pensado la catástrofe que ello implicaría para este modo de vida colonial sublimado? No, no queremos pensarlo en voz alta, pero lo intuimos y presentimos y ello azuza nuestra resistencia al Cambio. Este vampirismo estructural se resiste; busca persistir en el ser. Durante la Asamblea Constituyente, la iglesia y las oenegés se han dado cuenta que el trabajito de “empoderarlos” ha ido más lejos de lo conveniente y se puede volcar contra un modo de vida que les permite practicar la virtud de la caridad con fondos externos. Ha llegado, pues, el momento de empezar a traicionarles, de a poquito, para que nada cambie. La otra manera que tiene el Monoteísmo de relacionarse con la Indianidad es la de camuflar su fracaso evangelizador sive desarrollista con la narrativa del mestizaje y el sincretismo, que encubre decentemente el etnocidio amerindio que siguen perpetrando a través de sus oenegés. La mejor manera de adelantarse a la acusación de etnocidio, en la era de los Derechos Humanos, es hablar y escribir acerca del mestizaje, de lo mezclado, lo híbrido. Están dispuestos a todo, con tal de no reconocerlos y aceptarlos como Otros y menos aún como complementarios, pues ello mandaría al diantre su pretención de absolutez y universalidad: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Aceptar la alteridad de la Indianidad supondría cometer un suicidio colectivo y, ¡ay! todo ente busca persistir en el ser. La mala fe, empero, de esta forma de relacionarse, ninguneando al Otro, se basa en una confusión entre orden biológico y orden simbólico; entre hardware y software. En el orden biológico, desde el nivel bacteriano hasta el del homo sapiens, la vida es fruto de la mezcla. En este sentido biológico, la vida es, efectivamente, fruto de la hibridación, del sicretismo, del mestizaje. La trampa y la mala fe, empero, se evidencian en que ese hecho biológico lo desplazan al nivel simbólico, donde se ubica el Monoteísmo, cuyo software basado en la Identidad (sólo yo soy; no hay otro al lado mio. Si yo soy el camino, la verdad y la vida, no puede haber otro camino ni otra forma de vida diferente a la mía) no puede aceptar Otro al lado suyo. Aquí finca el fundamentalismo abrahámico que tanta paz ha traido y sigue trayendo a este mundo. Esta mala fe es más grave aún, en tanto que sus doctores saben que el software indígena y, en general, oriental, se basa en la complementariedad de la energía Yin y la energía Yang, Urin y Aran; es decir, que la Indianidad al basarse en un modelo de Paridad, Yanantin, concede a priori un lugar al Otro, en nuestro caso, al Monoteísmo. Es decir, la incorporación del Monoteísmo cristiano en los Andes no se debe tanto, simbólicamente, al esfuerzo misionero católico, cuanto a la apertura a priori del Animismo hacia el Otro. Ahora bien, lo que ha hecho el cristianismo es aprovechar esa “vulnerabilidad” amerindia para occidentalizarlos, que es otra cosa. Aunque sea dificil, tenemos que distinguir entre Occidente y el Monoteísmo. He aquí, por cierto, un desafío para el cristianismo boliviano del siglo XXI. El Monoteísmo representa la energía fermiónica y, por tanto, por un lado, es irrenunciable y, por otro, es una energía sajra: peligrosa, agresiva, depredadora, que tenemos que domesticar. La Buena Vida es la complementariedad, dosificada localmente, de estas dos energías fundamentales de la Vida. Mientras el Monoteísmo no haga una metanoia radical, dos tercios de la humanidad tendrán que morir para que un tercio tenga vida. Su costo eficiencia es sencillamente inaceptable. Así, pues, otra razón de la tendencia monoteísta a traicionar la confianza de los amerindios, es ésta. Lo imaginario La otra explicación probable de por qué los monoteístas terminan traicionando a la Indianidad es la ilusión de la Unidad, en este caso, la unidad de Bolivia. La iglesia católica nunca ha tenido vergüenza en proclamar abiertamente que ella es la garante de la unidad de los bolivianos. Claro, apenas aparece la noción de una posible Autonomía Indígena de verdad (no hablemos ya de Diarquía) ésta es percibida, certeramente, como una posibilidad de perder influencia y dominio sobre ese territorio y esa población que tendrá los recursos para no depender de ella. ¿Qué haría la iglesia si no pudiera presentar proyectos de desarrollo a las agencias de la cooperación internacional para investigar y promover al campesinado? ¿De qué vivirían sus seglares? Si los amerindios empezaran a organizar sus vidas de acuerdo a su cultura, es obvio que la unidad monolítica, homogeneizante, occidentalizante, tercermundista, empezaría a romperse. Entonces los mediadores, los intermediarios, los facilitadores, los ejecutores, los comunicadores de la Unidad se quedarían sin trabajo. Otra vez la mala fe de sus doctores sale a luz: juegan y se aprovechan de la multivocidad de la palabra Unidad. Los monoteístas la entienden como univocidad, homogeneidad, occidentalización tercermundista. Los animistas en cambio como complementariedad de opuestos; como convivencia de diferentes; como encuentro de energías encontradas, según el modelo del T´inqhu. Luego, a través de hacer bulla por los medios de comunicación, se busca imponer la propia versión de la Unidad. Como, empero, la realidad mediática tiene sus límites: no hace fácilmente milagros, y la evidencia empírica del caos conflictivo general es tan abrumador, se empieza a sentir en el cuerpo que la propia noción de Unidad, de hecho, no existe. Así mismo, la abrupta toma de conciencia de haber hecho de aprendices de brujos con sus devaneos acerca de la diversidad, la multiculturalidad, la interculturalidad, les ha paralizado el ajayu, cuando se han dado cuenta que los indígenas, en la Asamblea, han querido convertir en hecho político esa idea no homogenea de la “Unidad” de Bolivia. Ante esa inminente realidad, el instinto de sobrevivencia vuelve a agitar histéricamente la ilusión de la Unidad homogenea de Bolivia, para persistir en el ser. No queda, pues, otra que empezar a traicionarles de a poquito: autonomía indígena pero sólo como mancomunidad de municipios indígenas. Eso no pone en cuestión el sistema y nos asegura “proyectos” para buen rato, como premio por haber ahogado sutilmente la rebelión indígena. Lo simbólico Oriente y Occidente son las dos formas como colapsa lo humano, a nivel de civilización. Occidente nunca ha sabido cómo manejar estas relaciones con sabiduría e inteligencia. Donde este encuentro se ha dado sin un imperio por detrás, su actitud ha sido respetuosa y correcta; donde ha sido parte de la expedición conquistadora y colonizadora, su comportamiento no ha sido digno de un ser humano. La connivencia con el poder político y militar no le hace bien al Monoteísmo: le hace aflorar su homo homini lupus. Es una gran desgracia que el Monoteísmo no haya sabido comportarse con el Otro sino es en términos de genocidio, para usurparle sus tierras; en términos de etnocidio: para matarles sus culturas e implantar las suyas; en términos de economicidio: arrasar con la economía de reciprocidad para dar lugar al Intercambio y así empobrecerlos sistemáticamente; en términos de politicidio: facilitar la desaparición de sus sistemas de autoridades originarias, remplazándoselas por otras: sindicatos y partidos, para así subordinarlos políticamente. Pues bien, todo esto ha estado a un tris de revertirse epocalmente en la Asamblea y, a saber, por medios democráticos y con una voluntad de compartir el poder impensable y, por tanto, increible para un monoteísta. Nuestra ceguera, nuestros miedos atávicos, nuestra falta de inteligencia han cerrado la posibilidad de un cambio inteligente y generoso y en este grado mínimo de poder, el dejarles en la estacada y traicionarles, ha vuelto a ser la forma como tratamos de reafirmar el principio de identidad, de no contradicción y de tercero excluido del que dimanan todas nuestras actitudes y acciones. Estas serían las razones que encuentro a nuestra tendencia a traicionar e incumplir nuestros compromisos con la Indianidad. Javier Medina