miércoles, 10 de junio de 2009
4. Objetividad, Razón y Ley
En estos tres conceptos se puede condensar la máquina de guerra del Monoteísmo occidental contra el Animismo, subjetivo, relativista y contextual. Como dice Humberto Maturana, “Cada vez que queremos convencer a alguien para que concuerde con nuestros deseos, y no podemos o no queremos usar fuerza bruta, ofrecemos lo que llamamos un argumento objetivo o racional. Hacemos esto bajo la pretensión implícita o explícita de que el otro no puede rechazar lo que nuestro argumento sostiene, porque su validez se funda en su referencia a la verdad. Y además lo hacemos así bajo el supuesto implícito o explícito de que lo real o la realidad es universal y objetivamente válido, porque es independiente de lo que hacemos, y una vez que es indicado no puede ser negado”: La Objetividad. Un argumento para obligar, Santiago, 1997. No es este el lugar para exponer el punto de vista de las nuevas ciencias de la cognición: abordar la pregunta sobre la realidad, considerando al observador como una entidad biológica, no como una res cogitans. Quede, de momento, como una invitación para los más curiosos. Antes, empero, es preciso refrescar cómo se construyó este cuchillo que, ahora, se ha vuelto moto.
En sentido ontológico, se dice que la Objetividad es la cualidad que tienen los objetos en sí mismos, con independencia de la propia manera de pensar o de sentir o de las condiciones de observación, es decir, por contraposición con aquello que caracteriza a un sujeto. Así, pues, la objetividad se entiende como aquello en lo que consiste su realidad. Uno de los criterios más comunes de objetividad es la independencia respecto de un sujeto cognitivo cualquiera. La objetividad, pues, se opone, por un lado, a lo que es mera apariencia, ilusión, ficción y, por el otro, a lo que es sólo mental o espiritual, por contraposición con lo que es físico o material. He aquí, empero, que esa concepción hace ruido. En efecto, en su mayor generalidad, la objetividad ontológica solamente descansa en la noción de invarianza. Aquello que consideramos real es, antes que nada, algo invariante: algo que no muda: algo que permanece igual. Los objetos llamados empíricos o materiales se distinguen por su continuidad espacio-temporal que los científicos newtonianos expresaban mediante leyes. Obsérvese la construcción de lo inmutable, fijo, constante: absoluto: ab-suelto de la contingencia: lo fluido, lo cambiable: la otra polaridad. Ahora bien, hay que saber que sin esta construcción intelectual, unilateral, no hay Dios Monoteísta ni Estado: lo estático, lo que dura y no se muda: lo eterno. ¿Qué tipo de Autoridad, por no decir Estado, pueden entonces construir los animistas? Esta es la pregunta que nos urge y que los monoteístas judeocristianos han soslayado, exitosa pero efímeramente, en la Asamblea Constituyente. ¿Cómo dar un lugar constitucional a la Madre, a lo fluido y relativo, que es la otra mitad de la realidad?
En sentido filosófico, sirve para caracterizar un objeto como tal, el conocimiento o la representación de un objeto, el sujeto de ese conocimiento o al autor de esa representación. Obsérvese la invención de la “cosa en sí”, desligada del contexto. Algo que la física actual ha refutado como falsa: todo está interconectado. Sobre esto se formula la teoría de sistemas, por ejemplo.
En sentido epistémico, la objetividad no es sinónimo de verdad, aunque a menudo se suele confundir los dos conceptos. Es, más bien, una suerte de "índice de confianza" o de "calidad" de los conocimientos y representaciones. Tampoco es sinónimo de fidelidad al objeto, a pesar de que éste sea uno de sus criterios más frecuentemente mencionados, porque los criterios normativos que permiten distinguir lo objetivo de lo subjetivo, son fijados en cada ámbito por la comunidad de los miembros o expertos del mismo. Desde Kant, empero, la objetividad es definida como de validez universal, con independencia de religión, cultura, época o lugar, por contraposición con aquello que vale sólo para unos pocos: lo local. Esta es la marca de la modernidad. De esta guisa, la objetividad se opone al relativismo, antes representado por los salvajes animistas; ahora por el nuevo paradigma cientifico. A partir de los años sesenta, fuera del laboratorio, la exigencia de universalidad empieza a ser sustituida por la exigencia de consenso en el seno de comunidades especificas: la científica, colectivos cultural, separando, de este modo, diferentes esferas de uso del concepto. La humanidad occidental se va aproximando a la visón animista: intersubjetiva y cuántica. Obsérvese cómo la lucha contra el relativismo, es la última trinchera del monoteísmo judeocristiano, representada hoy por el papa Ratzinger.
En cuanto a su fundamento normativo, podemos decir que la objetividad epistémica descansa en última instancia en la alteridad del objeto respecto del sujeto. Una racionalidad y una alteridad que es buscada en el ámbito de la acción. Obsérvese cómo la Ley sólo puede existir sobre el supuesto de la separación: Dios y Naturaleza: objeto y sujeto, yo y entorno. Los animistas, que no separan sujeto de objeto, no pueden entender algo como una Ley: la absolutización del solo Nombre del Padre: energía fermiónica.
En el sentido ético, la objetividad de un sujeto está relacionada con planteamientos, tanto epistémicos como morales. La encontramos habitualmente formulada en términos de neutralidad, imparcialidad o impersonalidad. Se trata de un distanciamiento del sujeto respecto de él mismo, en aras de acercarse al objeto, desde una concepción en la que objetividad y subjetividad se excluyen mutuamente. Se supone que para ser objetivo, a la hora de expresar un juicio, el sujeto debe abandonar todo aquello que le es propio: ideas, creencias o preferencias personales, para alcanzar la universalidad, esto es, aquello que Thomas Nagel llamó el "punto de vista de ninguna parte": the view from nowhere. Obsérvese que esto es sencillamente imposible, pero es útil hacer el esfuerzo de acercarse a esa ilusión; de otro modo Dios, Estado, Ley … serían imposibles.
La otra arma que desarrolló el Occidente patriarcal es la Razón, descubierta por los griegos: lo Apolíneo. Permite una comunicación simple entre los varones, basada en la argumentación y la discusión, en el ámbito público: el ágora, con el fin de establecer relaciones políticas: la democracia (en la que no participan los otros dos tercios de la polis: las mujeres y los esclavos). La razón se opone a lo irracional: la pasión: lo Dionisíaco. Se trata, pues, de minimizar la pasión, que crea confusión, caos, para arribar a decisiones en pro del bien de los polités: ciudadanos varones (un tercio de la población) pero que es empaquetada como el bien común a todos. La razón, pues, ha sido inventada para hacer parecer como universal lo que no puede ser sino particular y masculino. Andando el tiempo, la razón será vista como la expresión privilegiada de las capacidades humanas (lo varónico se convierte en humano) descalificando otras propiedades del espíritu que tienen que ver con las emociones (que se atribuyen sólo a las mujeres y a los animistas: los bárbaros). La cultura griega, sin embargo, jamás llegó a ser completamente racional; se hubiera secado. Estamos, pues, en el Orden de lo imaginario. Obsérvese, entonces, cómo se valora y absolutiza algo que es parcial y relativo, como si fuese absoluto; algo que es irrealizable pero postulado como un ideal a perseguir. Ello da lugar a una esquizofrenia epistémica y ética. Se es individualista, teóricamente, pero se vive, prácticamente, en tojpas: promos, fraternidades y comparsas: en salsa comunitaria y se abomina, teóricamente, del comunitarismo indígena, para poner un típico ejemplo local, practicado sobre todo por Ana-listas políticos: listos del ano.
El Logos o razonamiento es entendido por Sócrates, no como un instrumento, sino como una realidad que se impone a la mente y la arrastra. El razonamiento, dizque, es como una realidad autónoma, superior al varón que razona; el cual, sólo mediante el logos, se puede poner en contacto con un mundo más alto: el mundo de las ideas: un mundo superior donde las cosas ya no son como en el mundo de la realidad. Sócrates y Platón, sobre todo, sostuvieron que, lo que nos depara esta revelación interior, es la Verdad, única y universal, que se opone a la “verdad” múltiple, personal y caprichosa de los sofistas y también a la “verdad” fluyente, líquida, de Heráclito. En el seno de la propia Hélade se impone la visión esencialista a la visión relativista de sofistas, epicúreos y estoicos. El monoteísmo judeo-cristiano ortodoxo, exotérico, se engarzará sobre la herencia platónica y aristotélica.
Ahora bien, para estos griegos, la razón es la facultad, en virtud de la cual el ser humano es capaz de identificar conceptos, cuestionarlos, hallar coherencia o contradicción entre ellos y así inducir o deducir otros distintos de los que ya conoce. De este modo, la razón se convierte en una máquina para establecer o descartar nuevos conceptos, en función de su coherencia con respecto de otros conceptos de partida: premisas. Para este cometido, la razón se vale de principios, que por su naturaleza tautológica, el varón occidental asume como ciertos y universalmente válidos. Estos principios son modelados por la lógica, que es la disciplina encargada de describir las reglas que rigen la razón.
Así, pues, la filosofía de Aristóteles y Platón engendró una lógica deductiva. Esto quiere decir que las “leyes universales” podían ser descubiertas por el pensamiento humano sin necesidad que éste tuviese que tener en cuenta los casos particulares. Es decir, la lógica deductiva discurre sobre lo que se sigue silogísticamente desde premisas dadas por la razón humana. Aristóteles estableció cuatro principios lógicos a priori que se han convertido en el software de la civilización occidental en su conjunto, hasta el día de hoy. Estos son: el Principio de Identidad, que evidencia que un concepto es ese mismo concepto (A es A). El Principio de No contradicción, que evidencia que un mismo concepto no puede ser y no ser a la vez (A no es negación de A). El Principio de Tercero excluido, que evidencia que entre el ser o no ser de un concepto, no cabe situación intermedia (o A es, o no lo es). Y el Principio de Razón suficiente.
En oposición a este formalismo lógico, pero sin rebasar el paradigma griego, el Idealismo alemán y en especial Hegel, propusieron el método dialéctico, que parte de la materia concreta dada, para llegar a abstracciones universales y, a partir de ello, proponer definiciones generales. El análisis deja lo concreto como fundamento y, por medio de la abstracción de las particularidades, que aparentan ser no esenciales, pone de relieve lo universal concreto. Por su parte, Kant sostiene que la razón es la facultad formuladora de los principios. La divide en Razón Teórica y Razón Práctica, no tratándose éstas de dos razones distintas, sino de dos usos distintos de la misma y única razón. Cuando dichos principios se refieren a la realidad de las cosas, estamos ante la Razón Teórica. Cuando dichos principios tienen como fin la dirección de la conducta, estamos ante la llamada Razón Práctica. En su uso teórico, la Razón genera juicios y en su uso práctico imperativos o mandatos. En un sentido más restringido: el contexto de la "Crítica de la razón pura", la razón es la facultad de las argumentaciones, la facultad que nos permite fundamentar unos juicios en otros y que, junto con la sensibilidad y el entendimiento, componen las tres facultades cognoscitivas principales que Kant estudió.
El tercer elemento que configura el diseño occidental es la interiorización de la Ley, es decir, la interiorización del Nombre del Padre, sin lo cual la Ley de leyes: la Constitución y las leyes del Estado moderno no son comprensibles. Ahora bien, ¿cómo una sociedad, cuya Masa crítica poblacional, es animista, pachamámica, interactiva, relativista, puede habérselas coherentemente con la Ley de leyes: la Constitución: el súmmum secularizado de la gran abstracción del monoteísmo patriarcal? Aquí hay algo, entre nosotros, que no cierra y que será fuente permanente de turbulencias en nuestro sistema político. En pocas palabras: los hijos de Pachamama, que levantan el Nombre de la Madre, siempre tendrán problemas con el Orden político de quienes levantan sólo el Nombre del Padre. El “Estado Unitario Plurinacional” levanta nomás el Nombre del Padre Uno. No calza a la mayoría. El Estado Unitario Plurinacional sirve para tratar a los indígenas bolivianos (mayoría democrática) como minoría política, con: ¡oh ironía! su voto y defensa: ¿?. Ya ha mostrado las uñas: los escaños indígenas: victoria del principio cuantitativo individual sobre el cualitativo comunitario. En el caso Victor Hugo, el principio individualista ligado al de propiedad privada está pulseando, Tinku, con el principio comunitario ligado a la propiedad comunal. En una Diarquía no se darían este tipo de problemas.
Así, pues, el proceso de desmatriarcalización del mundo mediterráneo: de fysis a logos, y el proceso de patriarcalización del mundo semita: la desaparición de la estatuillas animistas de Yahveh y Asherah, en el Arca, y su sustitución por las dos tablas de la Ley, culminan en la gran Abstracción de la Ley del Padre: el monoteísmo abrahámico, dicho religiosamente: el Estado occidental, dicho secularmente. Ahora bien, como quiera que esto de la Ley es algo bastante abstracto, voy a dar un rodeo por su forma menos abstracta: el Padre: el Nombre del Padre. Así, pues, donde escriba Padre, léase Ley; de este modo no seré tan abstracto. Va de si que seguiré, para ello, la lectura lacaniana de Freud. Cf. J-A. Miller, Entretien sur le Séminaire. Paris, 1985.
Desde muy pronto, Lacan atribuyó una gran importancia al rol del Padre en la estructura psíquica del hombre occidental. Tan es así que la importancia que asigna al Complejo de Edipo tiene que ver con el hecho de que éste combina, en la figura del Padre, dos funciones contradictorias: la función protectora y la función prohibitiva: welfare. Lacan subraya el papel del Padre como un tercer término que, al mediar la relación imaginaria entre la Madre y el Niño, salva a este último de la psicosis y le facilita el ingreso en la sociedad. Por tanto, el Padre es algo más que un rival con el cual el Niño: el sujeto, compite por el amor de la Madre. Dicho de otra manera: el Padre es el representante del orden social y, por tanto, sólo identificándose con él, en el Complejo de Edipo, puede el sujeto: el Niño, lograr el ingreso al orden patriarcal. Va de suyo que el divorcio padre-madre, que conlleva la represión de la figura materna: la desaparición de Asherah y su sublimación en la Shejinah, está en el origen de las psicopatologías (y los placebos) que producen lo que Freud llamaría “malestar en la cultura”. Obsérvese, pues, cómo el proceso de patriarcalización del mundo culmina en la forma “Estado Unitario” que, por diseño es androcrático. Entonces, el paso a darse, como humanidad, es buscar una forma estatal que busque la complementariedad del Nombre del Padre y el Nombre de la Madre: un Estado Chacha Warmi: una Diarquía.
Ahora bien, como el concepto de Padre no es simple, Lacan distingue entre padre simbólico, padre imaginario y padre real. Veamos, antes, qué significan estos conceptos. Lo Real es lo que no se puede expresar como lenguaje: es, sencillamente. Lo Imaginario es el aspecto sintáctico de la Psique que identifica el Yo como separado del Otro: dia-ballein. Lo Simbólico: syn-ballein, es el aspecto lingüístico de la Psique que reúne el Yo en un Nosotros y, en ello, crea las reglas de la cultura, donde el sujeto se ubica como nodo de una red.
Así, pues, el padre simbólico (la Ley) no es un ser real, sino una función. Esta función no es otra que la de imponer la Ley. ¿Qué hace la Ley? Regula la relación imaginaria entre la madre (Pachamama) y el niño (ciudadano), para introducir una necesaria “distancia simbólica” entre ellos: el Complejo de Edipo. Separación es la palabra clave. Aunque el padre simbólico no es un ser real, sino una posición en el orden simbólico, es posible que un sujeto ocupe esa posición (digamos el Estado) para llevar a cabo esa función: proveer y proteger. Nadie, empero, puede ocupar esta posición por completo. El padre simbólico suele encarnar esta función de un modo velado, al ser mediado por el discurso de la madre.
Así, pues, el padre simbólico es el elemento fundamental de la estructura del Orden simbólico. Ahora bien, lo que distingue el orden simbólico de la cultura, respecto del Orden imaginario de la naturaleza, es la inscripción de un linaje masculino. La patrilinealidad introduce un orden “cuya estructura es diferente del orden natural”. Este es el punto. Ello trae consigo que el padre simbólico sea un padre muerto: el padre del mito freudiano de la Horda primordial que ha sido asesinado por sus hijos. El padre simbólico es designado con la apelación: el “Nombre del Padre”.
La presencia de un falo imaginario, como tercer término en el triángulo imaginario pre edípico, indica que el padre simbólico funciona ya en la etapa preedipica. Detrás de la madre simbólica está presente el padre simbólico. Ahora bien, la ausencia del padre simbólico es lo que caracteriza, según Lacan, la estructura psicótica.
El padre imaginario es una Imago, un compuesto de todos los constructos imaginarios que el sujeto erige en el fantasma en torno a la figura del padre. Esta construcción imaginaria tiene poca relación con el padre real. El padre imaginario puede construirse como un padre ideal: un centro distribuidor o lo opuesto, como “el padre que ha jodido al chico”. En la primera forma, el padre imaginario es el prototipo de las figuras divinas de las religiones, un proveedor y protector omnipotente: secularizado: el Estado de Bienestar. En el otro papel, el padre imaginario es el padre terrorífico de la Horda primitiva que impone el tabú del incesto a sus hijos, y es el agente de la privación y la discriminación. La psicosis consiste en la reducción del padre simbólico al padre imaginario. Aquí, probablemente habría que ubicar nuestra comprensión de la Ley: del Estado.
El padre real, para Lacan, es el agente que realiza la operación de la castración simbólica. También lo describe como aquel que efectivamente ocupa a la madre: el “gran Jodedor” e, incluso, llega a decir que el padre real es el espermatozoide. Sobre la base de estos comentarios, parece posible decir que el padre real es el padre biológico del sujeto. Sin embargo, puesto que siempre hay algún grado de incertidumbre, en cuanto a quien realmente sea el padre biológico, Lacan dice que sería más preciso sostener que el padre real es el hombre del que se dice que es el padre biológico del sujeto. El padre real es entonces un efecto del lenguaje. En este sentido debe entenderse el adjetivo “real”: lo real del lenguaje; no lo real de la biología.
Un desarrollo del mundo platónico de las Ideas, como se ve.
Así, pues, Objetividad, Razón y Ley son el núcleo duro del diseño occidental. En la Edad moderna (: inaugurada por los Descubrimentos del Almirante sefardí, encaminada por el Mercantilismo marrano que crea la primera globalización y clausurada por la Teoría de la Relatividad del ashkenazí Einstein) esto se empaqueta en un paradigma, es decir, en un acuedo de la comunidad científica de qué sea lo que van a tener por cierto y por real. Lo que rebase ese perímetro, simplemente, no será tenido en cuenta. Si bien ese paradigma hace cien años que dejó de tener vigencia, científicamente hablando, política, económica y socialmente sigie rigiendo la toma de decisiones y el comportamiento del mundo occidental. De ahí la pertinencia de tratarlo. Es bueno saber qué es lo que agoniza, pero que –curiosamente- es el ideal a alcanzar de las elites tercermundistas.
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