Por: Javier Medina
Si acaso, la lógica aristotélica es funcional a una sociedad homogénea, basada en el Uno: el monoteísmo. Ciertamente, no sirve en una sociedad heterogénea basada en la paridad: diarquía (como las sociedades indígenas: la mayoría) o en la heterogeneidad: el pluralismo (como la sociedad boliviana compuesta por dos civilizaciones antagónicas y casi cuarenta culturas diferentes). Véase mi Ch´ulla y Yanantin. Ahora bien, he aquí que los análisis sociales y políticos se basan en el softaware aristotélico recibido y retransmitido por Averroes, Avicena, Maimónides. Suponen una sociedad de tipo europeo homogénea (cristiandad, estado nación: véase su bibliografía) y son maniqueos por diseño: los “neoliberales”, para unos, son el mal absoluto y, a su vez, los “populistas”, para los otros, otro tanto: principio de no contradicción. Cuando lo cierto es que “neoliberalismo” y “populismo” nos constituyen a todos, más de lo que sospechamos.
Propongo, pues, un ejercicio taoísta y amerindio: aceptar simplemente lo que es. Nada de “el mundo como voluntad y representación”: Schopenhauer. ¿Qué es lo que es? La vieja metafisica: la identidad; la física cuántica: lo contradictorio, es más; lo antagonista. Esto es lo digno de ser conversado, no para vencer o convencer; sino para conocerse y aceptarse a sí mismo y, también, al mundo y fluir con él. Para ello, pues, voy a glosar, condensando, la obra de Stéphane Lupasco: (remito al Google)
Lupasco formaliza, lógicamente, las consecuencias de la revolución cuántica. Enuncia un postulado fundamental por el cual liga la afirmación y la negación, la identidad y la no-identidad. Este postulado es conocido como el Principio de Antagonismo. Dice así: “A todo acontecimiento o a cualquier elemento lógico y, por tanto, signo que le simbolice, debe oponerse un anti-acontecimiento, un anti-elemento lógico y, por tanto, un término, una proposición, un signo contradictorio”: “e / no-e” (e = événement: acontecimiento).
Un ejemplo reciente. Patzy le dice sí (“tu eres sabio”, “¡perdóname!”) y no (“no renuncio”) a Evo, al mismo tiempo. Llora y desafía, a la par. Evo responde como un jefe jacobino protestante: no es no (principio de identidad). Un jefe aymara, en cambio, hubiera combinado el rigor y la compasión, a la par (principio antagonista). Hubiera aplicado estas dos sentencias aymaras: Hylirinaccaru-aynirejja: hywat-hywatápan que Baltasar de Salas interpreta así: “El inobediente, convencido de su desobediencia: muera de muerte” y Paccalluri takheru-quyapayata: “Semanalmente al pueblo enseñarás la mutua compasión”. Patzy esperaba el Quyapayata de su jilata Evo. Pero, he aquí, que, entre tanto, el cristianismo sentó sus reales en esta tierra. Todo este affaire, en efecto, ha exhalado un tufo moralista de cuño protestante, extraordinario, por provenir, nada menos, que del Presidente y el Canciller: emblemas, si los hay, de “lo indígena” (esencialismo criollo: indigenista-indianista) en el MAS. “No podemos tener un gobernador bo-rra-cho”. Los cristianos puritanos se habrán identificado con su proceder; los aymaras se habrán solidarizado con el relativista y contradictorio Patzy. ¡Un Choquehuanca protestante (¿Bautista?): bella contradicción!
He aquí, empero, que nada es blanco o negro (pachamamista o protestante, judío o católico, monoteísta o animista); todos tenemos de blanco y negro (demócrata y autoritario: Palabra de Unión y Palabra de Separación) en dosis marcadas por la cultura y las circunstancias. Este es el dato, justamente, que tenemos que pensar conceptualmente para remozar no sólo la politología boliviana. El software aristotélico nos lleva a afirmar o negar, a estar a favor o en contra. El software cuántico nos lleva a afirmar / negar al mismo tiempo: a comprender y a buscar el equilibrio de las energías antagonistas, que han aflorado, en las dosis que el contexto amerite, en pro del bien común general. Nada de leyes universales, ciegas; soluciones ad hoc.
Otro ejemplo: Democracia y su contrario. ¿Cuál es su contrario, por cierto? ¿Monarquía? ¿Aristocracia? ¿Tiranía? ¿Absolutismo? ¿Dictadura? ¿Populismo? ¿Oligarquía? ¿Autoritarismo? ¿Estado plurinacional? O del otro lado ¿Es lo mismo democracia, república, estado de derecho, estado social comunitario? Esta plurivocidad, justamente, muestra, a las claras, el caos conceptual en el que nos movemos y, también, la absolutización que ha llevado a cabo la ciencia política calvinista anglosajona (que se repite en Bolivia: véase su bibliografía) con el concepto de Democracia, que postula como universal; entendiendo por universal lo occidental (Europa más Estados Unidos-Canadá). Todo lo que cae de su lado (antropocentrismo cristiano, modernidad, individualismo, mercado, racionalidad, globalización …) es bueno; todo lo que cae del lado contrario es malo y se sataniza. Y así, nosotros, constituidos, al mismo tiempo, por lo uno: occidente, y por lo otro: la indianidad, estamos en un chenko fatal.
Para los propios, el régimen masista es ultra democrático; para el ancien régimen letrado es una dictadura camuflada, un régimen populista, un estado autoritario; para los más delirantes: una monarquía absolutista, una teocracia animista, un despotismo bárbaro, etcétera.
En realidad es todo ello junto, en dosis diferenciadas, como ocurre en todo lo viviente, desde el nivel celular hasta las sociedades humanas complejas.
Tomemos como ejemplo el cuerpo humano (base de la metáfora del “cuerpo político”: Aristóteles, Tomás…). Oxigeno: 65% (necesario para la respiración celular; forma parte del agua) Carbono: 18% (puede formar 4 enlaces con otros tanto átomos) Hidrogeno: 10%, Nitrógeno: 3% (componente de todos las proteínas y ácidos nucleicos) Calcio: 1.5%, Fósforo: 1% (transferencia d energía) Potasio: 0.4 (principal ión positivo del interior de las células) Azufre: 0.3, Sodio: 0.2 (importante para el equilibrio hídrico) Magnesio: 0.1 (forma parte de las enzimas) Cloro:0.1 (principal ión negativo ) Hierro: trazas (componente de la hemoglobina) Yodo: trazas (componente de las hormonas tiroideas), etcétera. Si nos quedamos con la dicotomía: cuerpo / alma, no salimos del círculo vicioso. Propongo, pues, con otras palabras, la alquimia como modelo para pensar la complejidad. Tenemos que buscar nuestra buena dosificación política para esta transición epocal con otras herramientas conceptuales.
Bien, sea ésta la primera provocación para pensar y conversar.
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