Javier Medina
Pareciera que en estos temas: Democracia y/o Estado de Derecho, Desarrollo y/o Suma Qamaña, se concentrara lo fundamental del actual debate político. Como todo debate intelectual moderno, supone el software aristotélico y así hacemos correr tinta por gusto, pues una mente monoteísta, formateada aristotélicamente, no puede aceptar, por ejemplo, la contradicción “desarrollo y suma qamaña”, al mismo tiempo; o bien es lo uno o bien es la otra, pero no las dos al mismo tiempo. Eso sería un saludo a la wiphala. Otro tanto ocurre con la contradicción “democracia y estado de derecho”; o bien Evo abusa de las urnas (“más democracia”) o bien es un déspota que transgrede
Pero, he aquí, que
Sin embargo, para empezar, refrescaré la andadura hegemónica del occidente cristiano, inextricablemente ligado al Principio de Identidad: la metafísica. Su otro polo, reprimido y excluido, por cierto, ha sido la filosofía de los hedonistas, cínicos y epicúreos: contextualistas, relativistas, contradictorios. Ambos polos son
El pensamiento occidental, sobre todo a partir de los siglos XII y XIII, se nutre de las categorías lógicas aristotélicas que le marcan definitivamente. Recordémoslas someramente. Principio de identidad: lo que es, es. Principio de contradicción: lo contrario de verdadero es falso (también es llamado Principio de no contradicción: una cosa no puede ser verdadera y falsa al mismo tiempo y bajo el mismo punto de vista). Principio de tercero excluido: de dos proposiciones contradictorias, una es verdadera y la otra es falsa.
La lógica clásica, tanto si se trata de términos, de proposiciones u operaciones, es una lógica pura, rigurosa, de alguna manera absoluta, que se desarrolla independientemente del espacio y el tiempo. Una lógica intemporal, trascendental. Los fenómenos a los que es aplicada, lo mismo que sus propias operaciones, tienen que ver con el tiempo, cierto, pero, ellas mismas, no son una magnitud temporal. La universalidad de sus postulados y de sus leyes la sitúa como fuera de la historia. Así, de golpe, la afirmación lógica participa de esta intemporalidad. Es verdadera o falsa. Si es tenida por falsa, después de haber sido considerada como verdadera, ello no puede deberse sino a un error de razonamiento que excluye la posibilidad que lo que, hoy, es verdadero, mañana pueda ser falso. De ahí su utilidad para el monoteísmo abrahámico. No es casual que Aristóteles haya sido reflotado por filósofos árabes y judíos y, gracias a sus traducciones, haya llegado a los filósofos cristianos; Tomás de Aquino, sobre todo.
El Principio de Identidad parece tan evidente y está tan enraizado en la programación neurologüística de Occidente, que parece absurdo ponerla en cuestión. Sin embargo repárese en lo siguiente:
Sus formalizaciones son verdaderas o falsas; se toman o se dejan; están dadas de una vez por todas, hasta que se pruebe lo contrario; en tanto que los fenómenos, con los que convivimos, se encuentran en incesante transformación y son visiblemente contradictorios: los indígenas quieren desarrollo y suma qamaña al mismo tiempo; Evo es demócrata y autoritario a la vez: instituye una Constitución y la viola al mismo tiempo (Todos lo han hecho, por cierto; nada nuevo. Sólo que, ahora, las elites del ancien régimen no aprovechan de estas transgresiones). Occidente levanta los diez mandamientos y los transgrede, punto por punto, todo el tiempo y desde siempre. Aquí, evidentemente, hay algo que no cuadra. La rotundidad de sus proposiciones lógicas no se corresponde con la relatividad contradictoria de los fenómenos vividos. Ahora bien, he aquí que la lógica clásica es, fundamentalmente, una lógica estática, mientras que la realidad es dinámica, conflictiva, contradictoria; la vida está hecha de luchas, de oposiciones, de conflictos, de energías que chocan; en fin, de vida y muerte. Nada es claro y distinto y menos definitivo.
Ahora bien, nuestros analistas políticos, los que forman opinión pública, se mueven en el universo de esta lógica estática y atemporal. En un mundo ya secularizado son, tal vez, los últimos representantes de una cristiandad ya desaparecida, a otros efectos. Por eso nuestros debates políticos y económicos, en realidad, son debates teológicos que se ignoran como tales.
Hay analistas, por ejemplo, que todavía levantan las banderas de la “República” contra el “Estado Plurinacional” como si ésta: la república, no hubiera ya demostrado de lo que ha sido capaz en casi 200 años de vigencia formal. Hay otros que salen por los fueros de la “Independencia de poderes” como si ella hubiera alguna vez funcionado en Bolivia. Otros añoran aquello de los “Pesos y contrapesos”, como si eso, igualmente, alguna vez hubiera sido respetado. Todas estas muletillas con las que la intelligentsia católica y urbana se enfrenta al MAS, no tienen ningún vigor intelectual ni moral para ser creativas, innovativas, porque se inscriben dentro de un paradigma escolástico que ya ni siquiera rige en la teología académica actual.
Iluminaré brevemente lo dicho. El Principio de Identidad sitúa la afirmación teológica fuera del tiempo. Responde a una tendencia profunda de la especulación monoteísta que busca expresar y posicionar
¿No convendría poner a disposición de la teología, digo de la política, una lógica que ya no sea la de Identidad, No Contradicción y Tercero excluido, sino una lógica en la que tanto Identidad como Diferencia sean tenidas en cuenta, a fin de expresar mejor las oposiciones (q´aras / t´aras), los conflictos (democracia / estado de derecho) y los antagonismos (desarrollo / suma qamaña) que vivimos y no debemos negar, reprimir o ridiculizar? ¿Una lógica que no considere el tiempo como una magnitud exterior, sino en la que el tiempo y el espacio sean parte intrínseca del pensar, de modo que la dialógica (no la dialéctica) de sus operaciones corresponda a la reversibilidad de los fenómenos en evolución? ¿Una lógica, en fin, que sea dinámica, es decir, en la que los símbolos y las operaciones correspondan a las fuerzas, a los dinamismos antagónicos, a las energías contradictorias, a los antagonismos que constituyen la vida? ¿Cómo acercarnos a la lógica indígena (opuesta a la aristotélica) de modo que podamos compartir un mismo lenguaje lógico, también a la altura de los nuevos tiempos, que facilite una convivencia política colaborativa donde todos ganen?
Desde esta perspectiva: cuántica, kabbalista y katarista, desearía participar en el debate convocado por Nueva Crónica acerca de la necesidad de tener no solo “más democracia” sino “mejor democracia” que, así planteada, por cierto, está condenada a un estéril diálogo de sordos. “Democracia” y “no-democracia” van juntas, como “e y no-e”: Lupasco; Jesed y Gevurah: Kabbalah; aran y urin: katarismo. Es ingenuo y erróneo poner todo el énfasis en una sola polaridad: la democracia (“más” y “mejor”). Siempre hay que pensar también su contrario, al mismo tiempo, y, luego, el Tercero Incluido, que de ello brote, será el nuevo concepto de lo político que producirá este Proceso de Cambio. Convoco, pues, a un cambio de software.
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