domingo, 23 de noviembre de 2008

¿Cuán indios son los blancos y viceversa? Algunos apunte sobre nuestra incoherencia política

Por: Javier Medina

La verdad de este país es que incluso los monoteístas católicos funcionan en base a los valores de la cosmología indígena y, en concreto, en base a la lógica del don y la reciprocidad. La iniciativa que se expresa en un don, tanto material como inmaterial, lo que busca es establecer una relación que pueda ser el inicio de la constitución de una red, en la que el donador, luego del contradon, se convierta en donatario y el donatario en donador. En estas redes todos se deben favores y, por tanto, todos están obligados mutuamente. Esto es animista; no es monoteista.

El individuo soberano y autónomo del liberalismo desaparece; su equivalente homeomórfico, en el sistema comunitario, vendría a ser la sinapsis: el nodo relacional. El tipo de relación es de índole afectiva, de suerte que la riqueza, en este modelo, no se mide por el tamaño de la cuenta bancaria, sino por la red de ahijados y compadres. Ser rico, en el modelo de Reciprocidad, es ser rico en relaciones. Dominique Temple sostiene, y con razón, que este modelo es la matriz de lo humano sin más; no sólo de lo indígena.

Ahora bien, la aberración y ceguera nacional estriba en que los monoteístas no quieren aceptar ni lo uno: que es la matriz de los valores humanos, ni lo otro: que es la forma que permite sobrevivir a este país y en la que todos ellos están inmersos.

Individualismo corporativo

Un ejemplo conocido lo puede aclarar. Hay un comentarista de tele noticiero que se llena la boca todas las noches con las palabras “individuo”, “singular”, “universal” y abomina del “corporativismo”, “totalitarismo” y “comunitarismo” indígenas, pero resulta que toda su carrera política, por ejemplo, la debe al principio comunitario y no al principio individualista. Ha sido subsecretario, concejal y luego ministro no por concurso de méritos o porque sea el mejor sino, sencillamente, porque su primo hermano lo ha colocado en esos lugares y, ahora, trabaja en un canal de televisión no porque haya pasado por un casting o por su carisma o porque sea el mejor, sino porque es amigo del dueño del canal. Es decir, su vida cotidiana y concreta se rige por el principio comunitario: redes, vínculos, fratrías y, a saber, en su nivel más básico: las relaciones de consanguinidad y las formas más tribales: la “forma comparsa”, y para nada por el principio individualista, basado en el mérito y la excelencia, pero, he aquí que nada de ello se refleja en su discurso, primero, porque no piensa: repite de memoria frases hechas y, luego, porque sufre una fisura profunda entre mente y cuerpo.

Vivir en la red y no darse cuenta de ello

Es un caso ejemplar, sin embargo, porque el resto de los bolivianos occidentales viven y sobreviven gracias a que existen dentro de redes familiares, de promoción, compadrazgo, partido político, fraternidades folclóricas o carnavaleras, federaciones empresariales o sindicales, colegios profesionales, oenegés, comunidades eclesiales de base, comunidades sexuales, sociedades secretas, logias, etc. Este no es un país de individualistas pero, he aquí, que, esquizofrénicamente, en su discurso oficial se desbordan en loas al Principio individualista, a “Un ciudadano un voto” y abominan de lo que, justamente, les permite reproducirse como una casta aparte: el corporativismo criollo. El discurso liberal, en Bolivia, es más bien una señal de distinción racista. “¡Ojo, no soy indio!”; pues éste, en verdad, no es un país de ciudadanos y consumidores, sino de parientes y caseritos. En esto estriba su in autenticidad como República Unitaria. Las palabras no expresan los hechos reales y propios.

Caos y orden

Lo que caracteriza a Bolivia es la coexistencia flagrante de caos y orden; este, también, es el secreto de su encanto. En la Asamblea mientras se discutía el Reglamento interno: orden, el desorden más absoluto la rodeaba y todos contribuyeron a ello con mucho ahínco y por buen tiempo. A toda norma que nos damos (la Ley de Convocatoria, por ejemplo, otra vez: orden) le incrementamos una buena dosis de caos, para entretenernos en detalles adjetivos y no sincerarnos de verdad: reconocer que dos matrices de humanidad, una natural y otra artificial, coexisten y que para que convivan y haya retroalimentación entre ambas, es preciso que cada cual tenga su propia territorialidad donde cada cual pueda vivir de acuerdo a su propio sistema jurídico; pues la matriz monoteísta es agresiva y violenta por diseño. La forma monoteista de Estado Unitario no les va a salvar a los amerindios de ser atropellados por los hijos de Abraham. Precisan su propia territorialidad para hacer funcionar su sistema jurídico cosmocéntrico.

Simple y complejo

A pesar que, con la boca, nos proclamamos del Uno, en los hechos, operamos según la lógica contraria. Si hacemos un Referéndum, no nos basta una pregunta simple que exija como respuesta un “sí” o un “no” (¿Está por el aborto? Sí o no) No. Nosotros tenemos que hacer varias preguntas, además, hiper complejas, con la incertidumbre suficiente para que, luego, el tiempo sea el que dirima según las correlaciones de fuerza. Principio de incertidumbre. Una mirada de entomólogo a la Sucre Asambleísta muestra un gran termitero donde todo el mundo se está moviendo, yendo y viniendo, reuniendo, hablando y gesticulando, trompeando y abrazando, mostrando, en todo ello, una alta dosis de indiferenciación, impredecibilidad y aleatoriedad. El gasto de energía psíquica y social es impresionante. La disipación de energía pone a las claras que nuestra cultura política no es capaz de acumular energía, porque no conoce la institucionalidad. Las instituciones son creación del monoteismo que precisa acumular energía para minimizar la incertidumbre. Las instituciones son baterias. El animismo prefiere el flujo y estocar en natura.

Todo está conectado

Todo fluye y se disipa; todo es posible. Esto también es bello: anuncia un gran parto: un nuevo orden, pero no el que los políticos tienen en mente. De todos modos, para el cuerpo (no para la mente), de los asambleístas, todo está conectado con todo y por ello no son capaces de sentir la Asamblea como un espacio “autónomo y soberano”, como define la teoría política a una Asamblea Constituyente. Los bolivianos simplemente no pueden pensar un Dios absoluto, ab-suelto: sin relaciones, una Substantia, una Mónada y menos administrarla autárquicamente. No son, afortunadmente, modernos ni monoteístas de verdad. No pueden romper los vínculos con sus partidos, jefes, asesores, amigos, medios … y, por las mismas razones, tampoco los partidos, jefes, asesores, amigos, medios … pueden respetarlos en su autonomía y soberanía. Se puede hablar de baja ciudadanía; eso también es cierto, pero la vaina es más compleja. En estas práctica cotidianas brilla el Principio de Reciprocidad. Los asambleístas (me refiero a los individualistas, racionalistas, ateos …) también han caído en la trampa india de la afectividad y el sentirse en deuda con el Jefe que los ha propuesto o invitado; por eso, estando en desacuerdo, bajan la cerviz. Sin embargo, cuando hay que cuadrarse, “teóricamente”, ante la ley, todo el mundo se llena la boca con adhesiones sinceras a la “Soberanía de la Asamblea”, sin ninguna señal de cinismo o mala conciencia. Esta incoherencia es también muy simpática. Postulan un Estado Unitario, pero les gusta lo contrario.

El amor por el chenko

El monoteísmo ama la línea directa, simple, clara y distinta; la modernidad ha incorporado el reduccionismo al método científico, racional y mensurable. Los bolivianos, en cambio, aman el chenko, la chipa, el amarre vinculante ex ante, el tinkazo. Son, pues, relativistas, contextualistas, complejos, aman la incertidumbre, la aleatoridad de las situaciones, las aproximaciones: el proceso. Todo es proceso, para un buen boli, tanto animista como monoteísta, y tienen razón; pero así no funciona el Monoteísmo ni el Estado de Derecho moderno. Estas creaciones de la mente monoteísta precisan que haya Objetividad y Leyes absolutas. Eso, ahora sabemos, no existe, pero es bueno saber que eso exige el funcionamiento de ese sistema, si es que se lo necesitara, como parece que es el caso con las propuestas que están haciendo, desde diestra y siniestra, con la reliquia del Estado Unitario. Me conmueve ese deseo generalizado de unidad; la vigencia, pues, de la comprensión monoteísta del Uno.

Ahora bien, si uno revisa la prensa, las noticias están llenas de bucles de retroalimentación entre el entorno del sistema: los políticos, los movimientos sociales, los medios … y el sistema propiamente dicho: los asambleístas. Y esto es así porque una sociedad es un sistema abierto. Si separáramos un organismo vivo de su entorno, moriría debido a la carencia de oxígeno, agua y alimentos. Los organismos, la Asamblea incluida, son sistemas abiertos que no pueden sobrevivir sin intercambiar de forma contínua materia y energía con su entorno. Postular, pues, que es “soberana” es una majadería cientifica. El asunto es que seguimos acatando este principio obsoleto, pero no cumpliéndolo. Chenko. Nuestra incoherencia ha llegado a un impasse. La intromisión inconstitucional de los jefes y operadores políticos ha podrido a la Asamblea Constituyente. Tenemos que aclarnos: si queremos un Estado moderno, tenemos que reprimir nuestra talante sistémico. Si queremos un Estado, a la altura de nosotros mismos y del nuevo paradigma cientifico, entonces tenemos que dejar del lado el cuento de la soberanía y lo unitario.

¿Cómo se sale de un impasse?

No insistiendo en lo que ha producido el problema: el estado unitario multinacional autonómico y comunitario de derecho social. La Teoría de la Gestalt sugiere una salida: rebasar ese perímetro conceptual. A mi me está claro que, tanto las Tierras Altas animistas como las Tierras Bajas monoteístas aspiran, desean, necesitan, vitalmente, estatalidad; no autonomía. La bombacha de la autonomía ya está sucia. Eso nos pasa por plagiarios y no pensar autónomamente nuestras propias necesidades reales. Que nos sirva la lección. En el caso indígena, desde Tupaj Amaru hasta Felipe Quispe, se ha peleado por un Estado propio: el Estado Kollasuyu: el corazón del Pacto de Unidad que, luego, sus aliados políticos se la han deconstruido hasta convertirla en una pinche mancomunidad de municipios indígenas. El último documento del Comiteísmo expresa claramente este deseo de estatalidad de los cruceños (a pesar de sus titubeos y cuidados de no espantar demasiado) y tienen no sólo todo el derecho, sino, además, tienen razón, pues refleja la ideosincracia del desarrollo político regional. Todos tenemos que dejar de reaccionar negativamente frente al Otro. Todos tenemos que procurar hacer el esfuerzo de entender al Otro, aunque se exprese mal o deficientemente y, sobre todo, de aceptarle, que de eso trata la convivencia política.

Lo obvio pero no evidente

A medida que se agudicen las contradicciones, la propuesta de una Diarquía Federal Consociacional se hará más evidente y necesaria, pues expresa mejor nuestra complejidad civilizatoria que la bombacha española de la autonomía que se ha convertido, para todos, en los últimos días, en un lecho de Procusto. Una manera gestaltica de salir del callejon sin salida podria ser: Estado para las Tierras Bajas monoteístas y Estado para las Tierras Altas animistas. Esto es un Estado Federal: Género próximo. Diárquico y Consociacional es su Diferencia específica. Todos los Estados ricos y prósperos de hoy son federales; no Unitarios.

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