lunes, 13 de agosto de 2007

Síndrome Pando

Escribo con dolor; con el dolor del que constata que su sistema no produce una eticidad capaz de fundar relaciones con el Otro que no le avergüencen como parte de una Humanidad mayor. Cada vez es la misma historia: “Entrar con la de ellos, para salir con la nuestra”. Me siento como hijo de un criminal peligroso; de un depredador ciego y feroz; de un desequilibrado mental que no es capaz de ver la totalidad, sino sólo su parte que, encima, absolutiza como única. ¿Por qué no podemos cumplir nuestra palabra? ¿Por qué nuestras buenas intenciones terminan dejándolos en la estacada, cuando no apuñalándolos por la espalda? ¿Qué es lo que nos impide aceptarlos como Otros? Algunas pistas Voy a tratar de responderme utilizando esa rejilla analítica que distingue entre lo real, lo imaginario y lo simbólico. Pero, antes, hace falta recordar que hemos sido educados en entender nuestras relaciones con la Indianidad de forma paternalista y vertical. Y ello es así porque nuestro modelo mental mayor es de tipo Patriarcal y, además, monista. Un solo Dios, Padre; los demás son hijos menores de edad; de ahí las estructuras mentales y afectivas que caracterizan al monoteísmo católico en nuestro país. Luego, la noción de verticalidad (que organiza nuestro sistema de relaciones bajo la modalidad de la subalternidad) se finca en la noción católica de Gracia. Es decir, que sólo se puede imaginar un dinamismo que baja de arriba abajo y que no precisa, explícitamente, de retorno. Excluye la Reciprocidad como condición de su propia posibilidad. Dios crea libérrimamente y no precisa ni de la creación ni del hombre para existir. Este modelo mental es antagónico al modelo de la Indianidad basado en la Reciprocidad, es decir, en la lógica de la circulación democrática de la energía social. Nadie es suisuficiente; todos precisan de todos, incluidos el Dios y los dioses. Esta idea va contra la esencia misma del Monoteísmo: su noción de divinidad. Lo real El monoteísmo católico entiende su relación con la Indianidad, atomizando su visión de ella (no quiere ver que es otra civilización) y personalizandola en la figura del Pobre (de acuerdo al Intercambio). Que haya Pobres es de vida o muerte para el Monoteísmo. Si no los hubiera, tendría que crearlos (que es, justamente, lo que ha hecho). El monoteísmo no es pensable y, sobre todo, praticable en una sociedad sin pobres. De las virtudes monoteístas: fe, esperanza y caridad, las dos primeras se pueden practicar directamente con Dios; sólo la tercera precisa del otro y repárese cómo: como objeto de caridad justamente; no como un Tu con el que se establecen relaciones de reciprocidad. Es más, en torno a ello: los pobres, se organizan las obras de la iglesia, desde la limosna, pasando por el montepio hasta las actuales oenegés que, en unos tiempos secularizados también han secularizado la Misión como Ayuda al Desarrollo: la gran fábrica de empobrecimiento de los países de misión. Sobre esta centralidad ontológica del “pobre” en el catolicismo, remito a la teología de la liberación. En cambio las virtudes andinas: ama sua, ama qella, ama llulla y las virtudes confusianas: respeto, magnanimidad, sinceridad, formalidad y amabilidad, para ser practicadas, precisan del Otro, se practican en comunidad; en tanto las virtudes occidentales, a las que hay añadir las aristotélicas de fortaleza, templanza, justicia, prudencia y sabiduría, se basan en el individuo y la noción de justo medio. Por tanto, pues, una propuesta política que apunta a la Suma Qamaña: el vivir bien en equilibrio y armonía, no sólo con los otros (lo que implica no-pobres) sino también con la naturaleza (lo que implica homeostasis biosférica) es algo que atenta radicalmente contra la institucionalidad monoteísta y occidental misma. Sin explotar al otro y a la naturaleza no es pensable el monoteísmo occidental. Aquí no es la razón la que reaciona, sino el instinto. En nuestro caso, el conatus alucinado por llegar a ser un Estado industrial fuerte. Para ese propósito, los indios, obviamente, no sólo sobran, sino que estorban. Por tanto, traicionarles, de a poquito, es lo más delicado que pueden hacer. La otra forma de comprender su relación con la Indianidad es entenderlos como Menores de Edad, es decir, como occidentales en potencia que a través de las instituciones de la modernidad: la escuela, el hospital, el cuartel, el mercado, la carcel, el manicomio (obsérvese que, hasta ahora, estos son los espacios en los que trabajan las oenegés) algún día llegarán a ser occidentales. Las grandes líneas de trabajo de esta forma de relacionarse son la Capacitación y la Promosión. El solo instituirlas crea una relación asimétrica de subordinación y dependencia: el capacitador y el capacitado; el promotor y el promovido, el que sabe y el que no sabe. Los primeros son siempre los misioneros y voluntarios y los segundos son siemrpe los indígenas. Esas instituciones de la Ayuda al Desarrollo crean automáticamente al Menor de Edad y sólo así saben relacionarse con el Otro; nunca considerándolo como un igual; menos aun como un complementario. Dicho con otras palabras: el Monoteísmo sólo puede establecer relaciones con el Otro sobre una base etnocida: extirparle su cultura y capacitarle; promoverle: hacerle pobre y endeudado en el otro sistema. Esta es, desgraciadamente, la otra forma que conocemos de relacionarnos con el Otro y de lucrar nuestro pan: viviendo literalmente de los pobres e indios a través de la forma oenegé. ¡Cómo no se nos va encoger el ser: el conato de persisitir, si un nuevo modelo de sociedad ya no va a precisar de nosotros, capacitadores y promotores del desarrollo! Toda la clase media universitaria, que no trabaja en el gobierno, vive de esta suerte de organización de la mendicidad, que capta “ahorro externo” en nombre de los indios y los pobres. A este parasitismo estructural, a este vampirismo urbano que vive de la sangre india, ¿cómo no se le va a estremecer el ser, ante la mera perspectiva que una Diarquía o una Autonomía Indígena, no supediatda a la Autonomía departamental, que los haga superfluos? En un Ayllu ampliado a escala comarcal, departamental o regional, el cristianismo ya no tiene lugar; las oenegés tampoco. ¿Hemos pensado la catástrofe que ello implicaría para este modo de vida colonial sublimado? No, no queremos pensarlo en voz alta, pero lo intuimos y presentimos y ello azuza nuestra resistencia al Cambio. Este vampirismo estructural se resiste; busca persistir en el ser. Durante la Asamblea Constituyente, la iglesia y las oenegés se han dado cuenta que el trabajito de “empoderarlos” ha ido más lejos de lo conveniente y se puede volcar contra un modo de vida que les permite practicar la virtud de la caridad con fondos externos. Ha llegado, pues, el momento de empezar a traicionarles, de a poquito, para que nada cambie. La otra manera que tiene el Monoteísmo de relacionarse con la Indianidad es la de camuflar su fracaso evangelizador sive desarrollista con la narrativa del mestizaje y el sincretismo, que encubre decentemente el etnocidio amerindio que siguen perpetrando a través de sus oenegés. La mejor manera de adelantarse a la acusación de etnocidio, en la era de los Derechos Humanos, es hablar y escribir acerca del mestizaje, de lo mezclado, lo híbrido. Están dispuestos a todo, con tal de no reconocerlos y aceptarlos como Otros y menos aún como complementarios, pues ello mandaría al diantre su pretención de absolutez y universalidad: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Aceptar la alteridad de la Indianidad supondría cometer un suicidio colectivo y, ¡ay! todo ente busca persistir en el ser. La mala fe, empero, de esta forma de relacionarse, ninguneando al Otro, se basa en una confusión entre orden biológico y orden simbólico; entre hardware y software. En el orden biológico, desde el nivel bacteriano hasta el del homo sapiens, la vida es fruto de la mezcla. En este sentido biológico, la vida es, efectivamente, fruto de la hibridación, del sicretismo, del mestizaje. La trampa y la mala fe, empero, se evidencian en que ese hecho biológico lo desplazan al nivel simbólico, donde se ubica el Monoteísmo, cuyo software basado en la Identidad (sólo yo soy; no hay otro al lado mio. Si yo soy el camino, la verdad y la vida, no puede haber otro camino ni otra forma de vida diferente a la mía) no puede aceptar Otro al lado suyo. Aquí finca el fundamentalismo abrahámico que tanta paz ha traido y sigue trayendo a este mundo. Esta mala fe es más grave aún, en tanto que sus doctores saben que el software indígena y, en general, oriental, se basa en la complementariedad de la energía Yin y la energía Yang, Urin y Aran; es decir, que la Indianidad al basarse en un modelo de Paridad, Yanantin, concede a priori un lugar al Otro, en nuestro caso, al Monoteísmo. Es decir, la incorporación del Monoteísmo cristiano en los Andes no se debe tanto, simbólicamente, al esfuerzo misionero católico, cuanto a la apertura a priori del Animismo hacia el Otro. Ahora bien, lo que ha hecho el cristianismo es aprovechar esa “vulnerabilidad” amerindia para occidentalizarlos, que es otra cosa. Aunque sea dificil, tenemos que distinguir entre Occidente y el Monoteísmo. He aquí, por cierto, un desafío para el cristianismo boliviano del siglo XXI. El Monoteísmo representa la energía fermiónica y, por tanto, por un lado, es irrenunciable y, por otro, es una energía sajra: peligrosa, agresiva, depredadora, que tenemos que domesticar. La Buena Vida es la complementariedad, dosificada localmente, de estas dos energías fundamentales de la Vida. Mientras el Monoteísmo no haga una metanoia radical, dos tercios de la humanidad tendrán que morir para que un tercio tenga vida. Su costo eficiencia es sencillamente inaceptable. Así, pues, otra razón de la tendencia monoteísta a traicionar la confianza de los amerindios, es ésta. Lo imaginario La otra explicación probable de por qué los monoteístas terminan traicionando a la Indianidad es la ilusión de la Unidad, en este caso, la unidad de Bolivia. La iglesia católica nunca ha tenido vergüenza en proclamar abiertamente que ella es la garante de la unidad de los bolivianos. Claro, apenas aparece la noción de una posible Autonomía Indígena de verdad (no hablemos ya de Diarquía) ésta es percibida, certeramente, como una posibilidad de perder influencia y dominio sobre ese territorio y esa población que tendrá los recursos para no depender de ella. ¿Qué haría la iglesia si no pudiera presentar proyectos de desarrollo a las agencias de la cooperación internacional para investigar y promover al campesinado? ¿De qué vivirían sus seglares? Si los amerindios empezaran a organizar sus vidas de acuerdo a su cultura, es obvio que la unidad monolítica, homogeneizante, occidentalizante, tercermundista, empezaría a romperse. Entonces los mediadores, los intermediarios, los facilitadores, los ejecutores, los comunicadores de la Unidad se quedarían sin trabajo. Otra vez la mala fe de sus doctores sale a luz: juegan y se aprovechan de la multivocidad de la palabra Unidad. Los monoteístas la entienden como univocidad, homogeneidad, occidentalización tercermundista. Los animistas en cambio como complementariedad de opuestos; como convivencia de diferentes; como encuentro de energías encontradas, según el modelo del T´inqhu. Luego, a través de hacer bulla por los medios de comunicación, se busca imponer la propia versión de la Unidad. Como, empero, la realidad mediática tiene sus límites: no hace fácilmente milagros, y la evidencia empírica del caos conflictivo general es tan abrumador, se empieza a sentir en el cuerpo que la propia noción de Unidad, de hecho, no existe. Así mismo, la abrupta toma de conciencia de haber hecho de aprendices de brujos con sus devaneos acerca de la diversidad, la multiculturalidad, la interculturalidad, les ha paralizado el ajayu, cuando se han dado cuenta que los indígenas, en la Asamblea, han querido convertir en hecho político esa idea no homogenea de la “Unidad” de Bolivia. Ante esa inminente realidad, el instinto de sobrevivencia vuelve a agitar histéricamente la ilusión de la Unidad homogenea de Bolivia, para persistir en el ser. No queda, pues, otra que empezar a traicionarles de a poquito: autonomía indígena pero sólo como mancomunidad de municipios indígenas. Eso no pone en cuestión el sistema y nos asegura “proyectos” para buen rato, como premio por haber ahogado sutilmente la rebelión indígena. Lo simbólico Oriente y Occidente son las dos formas como colapsa lo humano, a nivel de civilización. Occidente nunca ha sabido cómo manejar estas relaciones con sabiduría e inteligencia. Donde este encuentro se ha dado sin un imperio por detrás, su actitud ha sido respetuosa y correcta; donde ha sido parte de la expedición conquistadora y colonizadora, su comportamiento no ha sido digno de un ser humano. La connivencia con el poder político y militar no le hace bien al Monoteísmo: le hace aflorar su homo homini lupus. Es una gran desgracia que el Monoteísmo no haya sabido comportarse con el Otro sino es en términos de genocidio, para usurparle sus tierras; en términos de etnocidio: para matarles sus culturas e implantar las suyas; en términos de economicidio: arrasar con la economía de reciprocidad para dar lugar al Intercambio y así empobrecerlos sistemáticamente; en términos de politicidio: facilitar la desaparición de sus sistemas de autoridades originarias, remplazándoselas por otras: sindicatos y partidos, para así subordinarlos políticamente. Pues bien, todo esto ha estado a un tris de revertirse epocalmente en la Asamblea y, a saber, por medios democráticos y con una voluntad de compartir el poder impensable y, por tanto, increible para un monoteísta. Nuestra ceguera, nuestros miedos atávicos, nuestra falta de inteligencia han cerrado la posibilidad de un cambio inteligente y generoso y en este grado mínimo de poder, el dejarles en la estacada y traicionarles, ha vuelto a ser la forma como tratamos de reafirmar el principio de identidad, de no contradicción y de tercero excluido del que dimanan todas nuestras actitudes y acciones. Estas serían las razones que encuentro a nuestra tendencia a traicionar e incumplir nuestros compromisos con la Indianidad. Javier Medina

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estimado Javier Medina, ya a más de un año de la publicación del artículo 'El síndrome Pando' en prensa (revista Alejandría, noviembre de 2007); celebro aún la vitalidad de su vigencia y la pretensión de establecer marcos categóricos propios de reflexión analítica, a pesar de las rutas sostenidas entre lo real-imaginario y símbólico. La premisa de alteridad sostenida como categoría social, aún difusa en la condensación social boliviana nos permite, en el marco de lo abigarrado, postular precisiones que amplién las capcidades de análisis, más allá de los demarcamientos teóricos y metodológicos acostumbrados por las corrientes ideológicas de la investigación social boliviana. Solicito a Ud., ahora, en enero de 2009, la posibilidad de volver a publicar este artículo --o el más ampliado, a propósito de la salida de la CONAMAQ, encontrado en la página de laconstituyente.org-- en la revista Sayariy, un esfuerzo autogestionado que se inciia en el escenario universiatrio de la facultad de humanidades y cs. de la educación de la UMSS y que ahora trasciende el recinto pedagógico y pretende, también profundamente, sostener pensamiento propio. Espero su respuesta, en pos de articular cada vez más nuestra autenticidad.

Marco Antonio Marín G.
marcrisis@yahoo.es