miércoles, 10 de junio de 2009

4. Objetividad, Razón y Ley

En estos tres conceptos se puede condensar la máquina de guerra del Monoteísmo occidental contra el Animismo, subjetivo, relativista y contextual. Como dice Humberto Maturana, “Cada vez que queremos convencer a alguien para que concuerde con nuestros deseos, y no podemos o no queremos usar fuerza bruta, ofrecemos lo que llamamos un argumento objetivo o racional. Hacemos esto bajo la pretensión implícita o explícita de que el otro no puede rechazar lo que nuestro argumento sostiene, porque su validez se funda en su referencia a la verdad. Y además lo hacemos así bajo el supuesto implícito o explícito de que lo real o la realidad es universal y objetivamente válido, porque es independiente de lo que hacemos, y una vez que es indicado no puede ser negado”: La Objetividad. Un argumento para obligar, Santiago, 1997. No es este el lugar para exponer el punto de vista de las nuevas ciencias de la cognición: abordar la pregunta sobre la realidad, considerando al observador como una entidad biológica, no como una res cogitans. Quede, de momento, como una invitación para los más curiosos. Antes, empero, es preciso refrescar cómo se construyó este cuchillo que, ahora, se ha vuelto moto. En sentido ontológico, se dice que la Objetividad es la cualidad que tienen los objetos en sí mismos, con independencia de la propia manera de pensar o de sentir o de las condiciones de observación, es decir, por contraposición con aquello que caracteriza a un sujeto. Así, pues, la objetividad se entiende como aquello en lo que consiste su realidad. Uno de los criterios más comunes de objetividad es la independencia respecto de un sujeto cognitivo cualquiera. La objetividad, pues, se opone, por un lado, a lo que es mera apariencia, ilusión, ficción y, por el otro, a lo que es sólo mental o espiritual, por contraposición con lo que es físico o material. He aquí, empero, que esa concepción hace ruido. En efecto, en su mayor generalidad, la objetividad ontológica solamente descansa en la noción de invarianza. Aquello que consideramos real es, antes que nada, algo invariante: algo que no muda: algo que permanece igual. Los objetos llamados empíricos o materiales se distinguen por su continuidad espacio-temporal que los científicos newtonianos expresaban mediante leyes. Obsérvese la construcción de lo inmutable, fijo, constante: absoluto: ab-suelto de la contingencia: lo fluido, lo cambiable: la otra polaridad. Ahora bien, hay que saber que sin esta construcción intelectual, unilateral, no hay Dios Monoteísta ni Estado: lo estático, lo que dura y no se muda: lo eterno. ¿Qué tipo de Autoridad, por no decir Estado, pueden entonces construir los animistas? Esta es la pregunta que nos urge y que los monoteístas judeocristianos han soslayado, exitosa pero efímeramente, en la Asamblea Constituyente. ¿Cómo dar un lugar constitucional a la Madre, a lo fluido y relativo, que es la otra mitad de la realidad? En sentido filosófico, sirve para caracterizar un objeto como tal, el conocimiento o la representación de un objeto, el sujeto de ese conocimiento o al autor de esa representación. Obsérvese la invención de la “cosa en sí”, desligada del contexto. Algo que la física actual ha refutado como falsa: todo está interconectado. Sobre esto se formula la teoría de sistemas, por ejemplo. En sentido epistémico, la objetividad no es sinónimo de verdad, aunque a menudo se suele confundir los dos conceptos. Es, más bien, una suerte de "índice de confianza" o de "calidad" de los conocimientos y representaciones. Tampoco es sinónimo de fidelidad al objeto, a pesar de que éste sea uno de sus criterios más frecuentemente mencionados, porque los criterios normativos que permiten distinguir lo objetivo de lo subjetivo, son fijados en cada ámbito por la comunidad de los miembros o expertos del mismo. Desde Kant, empero, la objetividad es definida como de validez universal, con independencia de religión, cultura, época o lugar, por contraposición con aquello que vale sólo para unos pocos: lo local. Esta es la marca de la modernidad. De esta guisa, la objetividad se opone al relativismo, antes representado por los salvajes animistas; ahora por el nuevo paradigma cientifico. A partir de los años sesenta, fuera del laboratorio, la exigencia de universalidad empieza a ser sustituida por la exigencia de consenso en el seno de comunidades especificas: la científica, colectivos cultural, separando, de este modo, diferentes esferas de uso del concepto. La humanidad occidental se va aproximando a la visón animista: intersubjetiva y cuántica. Obsérvese cómo la lucha contra el relativismo, es la última trinchera del monoteísmo judeocristiano, representada hoy por el papa Ratzinger. En cuanto a su fundamento normativo, podemos decir que la objetividad epistémica descansa en última instancia en la alteridad del objeto respecto del sujeto. Una racionalidad y una alteridad que es buscada en el ámbito de la acción. Obsérvese cómo la Ley sólo puede existir sobre el supuesto de la separación: Dios y Naturaleza: objeto y sujeto, yo y entorno. Los animistas, que no separan sujeto de objeto, no pueden entender algo como una Ley: la absolutización del solo Nombre del Padre: energía fermiónica. En el sentido ético, la objetividad de un sujeto está relacionada con planteamientos, tanto epistémicos como morales. La encontramos habitualmente formulada en términos de neutralidad, imparcialidad o impersonalidad. Se trata de un distanciamiento del sujeto respecto de él mismo, en aras de acercarse al objeto, desde una concepción en la que objetividad y subjetividad se excluyen mutuamente. Se supone que para ser objetivo, a la hora de expresar un juicio, el sujeto debe abandonar todo aquello que le es propio: ideas, creencias o preferencias personales, para alcanzar la universalidad, esto es, aquello que Thomas Nagel llamó el "punto de vista de ninguna parte": the view from nowhere. Obsérvese que esto es sencillamente imposible, pero es útil hacer el esfuerzo de acercarse a esa ilusión; de otro modo Dios, Estado, Ley … serían imposibles. La otra arma que desarrolló el Occidente patriarcal es la Razón, descubierta por los griegos: lo Apolíneo. Permite una comunicación simple entre los varones, basada en la argumentación y la discusión, en el ámbito público: el ágora, con el fin de establecer relaciones políticas: la democracia (en la que no participan los otros dos tercios de la polis: las mujeres y los esclavos). La razón se opone a lo irracional: la pasión: lo Dionisíaco. Se trata, pues, de minimizar la pasión, que crea confusión, caos, para arribar a decisiones en pro del bien de los polités: ciudadanos varones (un tercio de la población) pero que es empaquetada como el bien común a todos. La razón, pues, ha sido inventada para hacer parecer como universal lo que no puede ser sino particular y masculino. Andando el tiempo, la razón será vista como la expresión privilegiada de las capacidades humanas (lo varónico se convierte en humano) descalificando otras propiedades del espíritu que tienen que ver con las emociones (que se atribuyen sólo a las mujeres y a los animistas: los bárbaros). La cultura griega, sin embargo, jamás llegó a ser completamente racional; se hubiera secado. Estamos, pues, en el Orden de lo imaginario. Obsérvese, entonces, cómo se valora y absolutiza algo que es parcial y relativo, como si fuese absoluto; algo que es irrealizable pero postulado como un ideal a perseguir. Ello da lugar a una esquizofrenia epistémica y ética. Se es individualista, teóricamente, pero se vive, prácticamente, en tojpas: promos, fraternidades y comparsas: en salsa comunitaria y se abomina, teóricamente, del comunitarismo indígena, para poner un típico ejemplo local, practicado sobre todo por Ana-listas políticos: listos del ano. El Logos o razonamiento es entendido por Sócrates, no como un instrumento, sino como una realidad que se impone a la mente y la arrastra. El razonamiento, dizque, es como una realidad autónoma, superior al varón que razona; el cual, sólo mediante el logos, se puede poner en contacto con un mundo más alto: el mundo de las ideas: un mundo superior donde las cosas ya no son como en el mundo de la realidad. Sócrates y Platón, sobre todo, sostuvieron que, lo que nos depara esta revelación interior, es la Verdad, única y universal, que se opone a la “verdad” múltiple, personal y caprichosa de los sofistas y también a la “verdad” fluyente, líquida, de Heráclito. En el seno de la propia Hélade se impone la visión esencialista a la visión relativista de sofistas, epicúreos y estoicos. El monoteísmo judeo-cristiano ortodoxo, exotérico, se engarzará sobre la herencia platónica y aristotélica. Ahora bien, para estos griegos, la razón es la facultad, en virtud de la cual el ser humano es capaz de identificar conceptos, cuestionarlos, hallar coherencia o contradicción entre ellos y así inducir o deducir otros distintos de los que ya conoce. De este modo, la razón se convierte en una máquina para establecer o descartar nuevos conceptos, en función de su coherencia con respecto de otros conceptos de partida: premisas. Para este cometido, la razón se vale de principios, que por su naturaleza tautológica, el varón occidental asume como ciertos y universalmente válidos. Estos principios son modelados por la lógica, que es la disciplina encargada de describir las reglas que rigen la razón. Así, pues, la filosofía de Aristóteles y Platón engendró una lógica deductiva. Esto quiere decir que las “leyes universales” podían ser descubiertas por el pensamiento humano sin necesidad que éste tuviese que tener en cuenta los casos particulares. Es decir, la lógica deductiva discurre sobre lo que se sigue silogísticamente desde premisas dadas por la razón humana. Aristóteles estableció cuatro principios lógicos a priori que se han convertido en el software de la civilización occidental en su conjunto, hasta el día de hoy. Estos son: el Principio de Identidad, que evidencia que un concepto es ese mismo concepto (A es A). El Principio de No contradicción, que evidencia que un mismo concepto no puede ser y no ser a la vez (A no es negación de A). El Principio de Tercero excluido, que evidencia que entre el ser o no ser de un concepto, no cabe situación intermedia (o A es, o no lo es). Y el Principio de Razón suficiente. En oposición a este formalismo lógico, pero sin rebasar el paradigma griego, el Idealismo alemán y en especial Hegel, propusieron el método dialéctico, que parte de la materia concreta dada, para llegar a abstracciones universales y, a partir de ello, proponer definiciones generales. El análisis deja lo concreto como fundamento y, por medio de la abstracción de las particularidades, que aparentan ser no esenciales, pone de relieve lo universal concreto. Por su parte, Kant sostiene que la razón es la facultad formuladora de los principios. La divide en Razón Teórica y Razón Práctica, no tratándose éstas de dos razones distintas, sino de dos usos distintos de la misma y única razón. Cuando dichos principios se refieren a la realidad de las cosas, estamos ante la Razón Teórica. Cuando dichos principios tienen como fin la dirección de la conducta, estamos ante la llamada Razón Práctica. En su uso teórico, la Razón genera juicios y en su uso práctico imperativos o mandatos. En un sentido más restringido: el contexto de la "Crítica de la razón pura", la razón es la facultad de las argumentaciones, la facultad que nos permite fundamentar unos juicios en otros y que, junto con la sensibilidad y el entendimiento, componen las tres facultades cognoscitivas principales que Kant estudió. El tercer elemento que configura el diseño occidental es la interiorización de la Ley, es decir, la interiorización del Nombre del Padre, sin lo cual la Ley de leyes: la Constitución y las leyes del Estado moderno no son comprensibles. Ahora bien, ¿cómo una sociedad, cuya Masa crítica poblacional, es animista, pachamámica, interactiva, relativista, puede habérselas coherentemente con la Ley de leyes: la Constitución: el súmmum secularizado de la gran abstracción del monoteísmo patriarcal? Aquí hay algo, entre nosotros, que no cierra y que será fuente permanente de turbulencias en nuestro sistema político. En pocas palabras: los hijos de Pachamama, que levantan el Nombre de la Madre, siempre tendrán problemas con el Orden político de quienes levantan sólo el Nombre del Padre. El “Estado Unitario Plurinacional” levanta nomás el Nombre del Padre Uno. No calza a la mayoría. El Estado Unitario Plurinacional sirve para tratar a los indígenas bolivianos (mayoría democrática) como minoría política, con: ¡oh ironía! su voto y defensa: ¿?. Ya ha mostrado las uñas: los escaños indígenas: victoria del principio cuantitativo individual sobre el cualitativo comunitario. En el caso Victor Hugo, el principio individualista ligado al de propiedad privada está pulseando, Tinku, con el principio comunitario ligado a la propiedad comunal. En una Diarquía no se darían este tipo de problemas. Así, pues, el proceso de desmatriarcalización del mundo mediterráneo: de fysis a logos, y el proceso de patriarcalización del mundo semita: la desaparición de la estatuillas animistas de Yahveh y Asherah, en el Arca, y su sustitución por las dos tablas de la Ley, culminan en la gran Abstracción de la Ley del Padre: el monoteísmo abrahámico, dicho religiosamente: el Estado occidental, dicho secularmente. Ahora bien, como quiera que esto de la Ley es algo bastante abstracto, voy a dar un rodeo por su forma menos abstracta: el Padre: el Nombre del Padre. Así, pues, donde escriba Padre, léase Ley; de este modo no seré tan abstracto. Va de si que seguiré, para ello, la lectura lacaniana de Freud. Cf. J-A. Miller, Entretien sur le Séminaire. Paris, 1985. Desde muy pronto, Lacan atribuyó una gran importancia al rol del Padre en la estructura psíquica del hombre occidental. Tan es así que la importancia que asigna al Complejo de Edipo tiene que ver con el hecho de que éste combina, en la figura del Padre, dos funciones contradictorias: la función protectora y la función prohibitiva: welfare. Lacan subraya el papel del Padre como un tercer término que, al mediar la relación imaginaria entre la Madre y el Niño, salva a este último de la psicosis y le facilita el ingreso en la sociedad. Por tanto, el Padre es algo más que un rival con el cual el Niño: el sujeto, compite por el amor de la Madre. Dicho de otra manera: el Padre es el representante del orden social y, por tanto, sólo identificándose con él, en el Complejo de Edipo, puede el sujeto: el Niño, lograr el ingreso al orden patriarcal. Va de suyo que el divorcio padre-madre, que conlleva la represión de la figura materna: la desaparición de Asherah y su sublimación en la Shejinah, está en el origen de las psicopatologías (y los placebos) que producen lo que Freud llamaría “malestar en la cultura”. Obsérvese, pues, cómo el proceso de patriarcalización del mundo culmina en la forma “Estado Unitario” que, por diseño es androcrático. Entonces, el paso a darse, como humanidad, es buscar una forma estatal que busque la complementariedad del Nombre del Padre y el Nombre de la Madre: un Estado Chacha Warmi: una Diarquía. Ahora bien, como el concepto de Padre no es simple, Lacan distingue entre padre simbólico, padre imaginario y padre real. Veamos, antes, qué significan estos conceptos. Lo Real es lo que no se puede expresar como lenguaje: es, sencillamente. Lo Imaginario es el aspecto sintáctico de la Psique que identifica el Yo como separado del Otro: dia-ballein. Lo Simbólico: syn-ballein, es el aspecto lingüístico de la Psique que reúne el Yo en un Nosotros y, en ello, crea las reglas de la cultura, donde el sujeto se ubica como nodo de una red. Así, pues, el padre simbólico (la Ley) no es un ser real, sino una función. Esta función no es otra que la de imponer la Ley. ¿Qué hace la Ley? Regula la relación imaginaria entre la madre (Pachamama) y el niño (ciudadano), para introducir una necesaria “distancia simbólica” entre ellos: el Complejo de Edipo. Separación es la palabra clave. Aunque el padre simbólico no es un ser real, sino una posición en el orden simbólico, es posible que un sujeto ocupe esa posición (digamos el Estado) para llevar a cabo esa función: proveer y proteger. Nadie, empero, puede ocupar esta posición por completo. El padre simbólico suele encarnar esta función de un modo velado, al ser mediado por el discurso de la madre. Así, pues, el padre simbólico es el elemento fundamental de la estructura del Orden simbólico. Ahora bien, lo que distingue el orden simbólico de la cultura, respecto del Orden imaginario de la naturaleza, es la inscripción de un linaje masculino. La patrilinealidad introduce un orden “cuya estructura es diferente del orden natural”. Este es el punto. Ello trae consigo que el padre simbólico sea un padre muerto: el padre del mito freudiano de la Horda primordial que ha sido asesinado por sus hijos. El padre simbólico es designado con la apelación: el “Nombre del Padre”. La presencia de un falo imaginario, como tercer término en el triángulo imaginario pre edípico, indica que el padre simbólico funciona ya en la etapa preedipica. Detrás de la madre simbólica está presente el padre simbólico. Ahora bien, la ausencia del padre simbólico es lo que caracteriza, según Lacan, la estructura psicótica. El padre imaginario es una Imago, un compuesto de todos los constructos imaginarios que el sujeto erige en el fantasma en torno a la figura del padre. Esta construcción imaginaria tiene poca relación con el padre real. El padre imaginario puede construirse como un padre ideal: un centro distribuidor o lo opuesto, como “el padre que ha jodido al chico”. En la primera forma, el padre imaginario es el prototipo de las figuras divinas de las religiones, un proveedor y protector omnipotente: secularizado: el Estado de Bienestar. En el otro papel, el padre imaginario es el padre terrorífico de la Horda primitiva que impone el tabú del incesto a sus hijos, y es el agente de la privación y la discriminación. La psicosis consiste en la reducción del padre simbólico al padre imaginario. Aquí, probablemente habría que ubicar nuestra comprensión de la Ley: del Estado. El padre real, para Lacan, es el agente que realiza la operación de la castración simbólica. También lo describe como aquel que efectivamente ocupa a la madre: el “gran Jodedor” e, incluso, llega a decir que el padre real es el espermatozoide. Sobre la base de estos comentarios, parece posible decir que el padre real es el padre biológico del sujeto. Sin embargo, puesto que siempre hay algún grado de incertidumbre, en cuanto a quien realmente sea el padre biológico, Lacan dice que sería más preciso sostener que el padre real es el hombre del que se dice que es el padre biológico del sujeto. El padre real es entonces un efecto del lenguaje. En este sentido debe entenderse el adjetivo “real”: lo real del lenguaje; no lo real de la biología. Un desarrollo del mundo platónico de las Ideas, como se ve. Así, pues, Objetividad, Razón y Ley son el núcleo duro del diseño occidental. En la Edad moderna (: inaugurada por los Descubrimentos del Almirante sefardí, encaminada por el Mercantilismo marrano que crea la primera globalización y clausurada por la Teoría de la Relatividad del ashkenazí Einstein) esto se empaqueta en un paradigma, es decir, en un acuedo de la comunidad científica de qué sea lo que van a tener por cierto y por real. Lo que rebase ese perímetro, simplemente, no será tenido en cuenta. Si bien ese paradigma hace cien años que dejó de tener vigencia, científicamente hablando, política, económica y socialmente sigie rigiendo la toma de decisiones y el comportamiento del mundo occidental. De ahí la pertinencia de tratarlo. Es bueno saber qué es lo que agoniza, pero que –curiosamente- es el ideal a alcanzar de las elites tercermundistas.

3. Monismo y Dualismo

Bien, lo descrito, más bien fenomenológicamente, se fue tornando cada vez más abstracto: nocional, gracias, precisamente, a la filosofía: que para ello se la inventó, hasta cristalizar en los conceptos de Monismo y Dualismo, que no hay que desligar nunca: uno es el revés del otro y ambos, ora materialista ora idealista, no se adecuan a lo que ahora sabemos, gracias al nuevo paradigma científico: la Paridad masa–energía: onda-partícula.

Así, pues, han recibido el nombre de Monismo todas aquellas posturas filosóficas que sostienen que el universo está constituido por un sólo principio o sustancia básica. Así, para unos, los que absolutizan la “polaridad masa”, todo se reduce, en última instancia, a materia, por eso son llamados materialistas; mientras que para los llamados idealistas, que absolutizan la “polaridad energía”, ese principio único, sería el espíritu.

Ahora bien, la contribución que más influencia tuvo fue la teoría de las Mónadas de Leibniz. Las mónadas son, al ámbito metafísico, lo que los átomos al ámbito físico. Así, pues, las Mónadas son los elementos últimos conformadores del universo. Son "formas sustanciales del ser", con las siguientes propiedades: son eternas, indescomponibles, individuales, sujetas a sus propias leyes, no-interactivas y cada una es un reflejo de todo el universo en su armonía preestablecida. Esta es la base filosófica del individualismo moderno que, políticamente, se expresa en el liberalismo. Como vemos, la absolutización de una sola polaridad. Cotéjese: la crítica urbana, católica, a la expulsión de Víctor Hugo Cárdenas de su comunidad. La sinagoga también expulsó a Baruj Spinoza; la iglesia católica conoce el concepto de Excomunión y la lista de excomulgados es inmensa; las colonias menonitas de Santa Cruz también expulsan a quien se le ocurra preñar cambitas. Es la lógica de toda comunidad, en la sangre o en la fe.

El Monismo materialista podemos insinuarlo a partir de Demócrito, cuyo principio constitutivo del universo era el átomo; de ahí la denominación de esta escuela como Atomista. Sostenía, en efecto, que toda realidad es un compuesto material fruto de la unión de átomos. Por eso el ser humano es pura materia y, por tanto, no existe inmortalidad del alma: la otra polaridad. Claro que con el descubrimiento moderno de que la materia es un estado de la energía y viceversa, todas estas escuelas, tanto idealistas como materialistas, quedan en off side. Ahora bien, es interesante recordar que el materialismo de Demócrito resurge a lo largo de los siglos XVII, XVIII y XIX, a través de filósofos como D`Holbach, Diderot y, sobre todo, La Mettrie. Su materialismo mecanicista fue sustituido en el siglo XIX por los de Marx y Darwin que siguen siendo influyentes, aunque caducos, después de Einstein, 1905. Esta es la base filosófica del colectivismo moderno que políticamente se expresa en el Socialismo. Como vemos, la absolutización también de una sola polaridad. Colectivismo socialista y comunitarismo del ayllu no tienen nada que ver. El primero se basa en el átomo: el individuo; el otro en la complementariedad de Aran y Urin. Es el efecto cuántico de la complementariedad de opuestos.

El Monismo espiritualista, opuesto al anterior, afirma que todo lo real es mental, es decir, todo lo que existe es lo que percibe la mente. No existe la materia; ésta es fruto de la imaginación. El ser humano, pues, es concebido como una mente que se percibe a sí misma y a su entorno. En palabras de Berkeley, esse est percipi: ser es ser percibido, es decir, la realidad consiste en percibir y ser percibido. Sólo existe una única realidad espiritual. Así, para esta escuela, no tiene sentido afirmar la independencia de cuerpo o materia, puesto que todo se debe a nuestra percepción. Una especie de Efecto Observador unilateral.

Los historiadores de la filosofía han distinguido, además, lo que llaman un Monismo intermedio que estaría representado por el sefardí Baruj Spinoza que dizque propondría una solución neutral, en el sentido de que no admite el dualismo cartesiano de las dos sustancias: material y espiritual. Para él, estaríamos compuestos por una sola Sustancia que es Dios, de la cual sólo conocemos dos atributos, la extensión y el pensamiento. Se trataría de dos atributos de una misma realidad, de modo que el Monismo intermedio consideraría que hubiera una única Sustancia de la cual sólo conoceríamos dos atributos.

Yo pienso, por el contrario, que Baruj Spinoza expresa, con la terminología de su época, lo que ahora sabemos por la física cuántica y que él debió conocer de la Kabbalah sefardí de Moisés de León: el Zohar. Seré escueto. Para ello recordaré el modelo cuántico: el electrón (la Substancia spinozista: Deus sive Natura: Paridad) está compuesto por la función (atributo, le llama Spinoza; sefirah, en Kabbalah) Onda (res extensa: materia) y la función Partícula (res cogitans: pensamiento). Debido al software unilateral, los historiadores de la filosofía no pudieron entender la lectura kabbalista de Spinoza: el Uno es Par. Kéter (la Substancia) se expresa en las dos sefirot: columnas: Jojmah (res extensa) y Binah (res cogitans). En política ello conduce a una visión diárquica del poder y, por tanto, del Estado, basada en la complementariedad de res extensa: Pachamama: Natura naturans y res cogitans: Monoteísmo: abstracción inmaterializada. Tal mi propuesta para reconciliar las dos Bolivias antagónicas, pero complementarias. En cambio, bajo un molde monista de base trinitaria, católica: Estado Unitario plurinacional: Un solo Dios y 36 nacionalidades, este país seguirá haciendo ruido y produciendo turbulencia, pues no corresponde al modelo mental del ayllu: aran / urin que es el que hace Masa crítica en Bolivia.

Veamos, ahora, la otra cara de la medalla: el Dualismo, del latín duo, dualis: dos, dual. Se llama así a la doctrina que afirma la existencia de dos principios supremos, increados, independientes, irreductibles y antagónicos, uno del bien y otro del mal, por cuya acción se explica el origen y evolución del mundo. También, en un sentido más amplio, se denomina así a las doctrinas que afirman dos órdenes de ser esencialmente distintos. Por ejemplo, ser ideal y ser real, dios y mundo, naturaleza y gracia, razón y fe, materia y espíritu, orden físico de la necesidad y orden moral de la libertad y el deber, conocer y querer, bien y mal, etc. En el primer caso se trata del dualismo en el sentido más estricto y usual del término; en el segundo caso se puede hablar de un dualismo filosófico o metafísico, que se opone de modo irreductible al monismo, al panteísmo y el holismo.

El término dualismo es utilizado por primera vez por Tomás Hyde en sentido teológico para designar el dualismo de la religión persa; la misma significación tiene en Bayle y Leibniz. Wolff introdujo el sentido metafísico y ontológico, al emplear el término dualismo para significar las relaciones del alma con el cuerpo.

El dualismo teológico aparece en muchos pueblos antiguos, especialmente en Persia que es el que llega a Occidente. Su religión, impulsada y reformada por Zoroastro hacia el s. VI aC, establece un principio divino del bien, Ormuz o Ahura Mazda, y otro del mal, Ahrimán. Formas de dualismo se encuentran después en el orfismo (hacia el s. VI aC), en el gnosticismo (s. II aC), en el maniqueísmo, en la doctrina gnóstico-maniquea de Prisciliano y, ya en la Edad Media, en las sectas heréticas de los bogomilos, albigenses y cátaros. La más influyente de estas doctrinas, después del mazdeísmo de Zoroastro, fue el maniqueísmo.

En líneas generales, las doctrinas dualistas coinciden en los siguientes rasgos: El principio del Bien es identificado con la Luz y el Espíritu; el principio del Mal con las Tinieblas y la Materia, o con el diablo o demonio (maniqueísmo). La materia es, pues, mala y principio del mal; o bien creada por un demiurgo distinto del Dios bueno (gnosticismo de Marción), o por el diablo, principio del mal (Prisciliano): rigorista y extrema; o bien ceden ante lo inevitable y justifican la relajación: porque no es posible resistir al principio del mal que inclina a pecar, y es ese principio, no la persona singular, el responsable del pecado. Tanto su ascetismo como su fatalismo son pesimistas.

El dualismo trata de explicar la presencia del mal en el mundo, que ha preocupado tanto a los hombres, pero sin hacer responsable al hombre. Aparece cuando se descubre que en el universo todo tiene una finalidad, que le ha sido impresa por su autor, y no se quiere aceptar la responsabilidad de la libertad humana. Esa presencia del mal puede inclinar también hacia el ateísmo, en la medida en que el espíritu humano esté más dispuesto a renunciar a la finalidad universal y a las consecuencias de la responsabilidad personal. El dualismo se produce por la tendencia simplista a hacer del bien y del mal realidades absolutas existentes en sí, como elementos puros que, en todo caso, pueden mezclarse y atemperarse. En el polo opuesto de esta actitud se encuentra la apreciación del bien y del mal como meros puntos de vista relativos de los sujetos valorantes.

Esta percepción, más bien religiosa, ha sido racionalizada por la filosofía en diversas formas de dualismo ontológico. Así, por ejemplo, la encontramos en Pitágoras, con la oposición entre límite e ilimitado, par e impar, a las que corresponden otras ocho oposiciones más. En Empédocles, con el contraste entre la amistad y el odio, que Aristóteles interpreta como el Bien y el Mal. En Anaxágoras con el caos primitivo y la inteligencia. En los atomistas, con el vacío infinito y la multiplicidad de corpúsculos invisibles. Se acentúa en Platón, con los dos mundos: el mundo inteligible de las ideas, eterno, inmutable y necesario, y el mundo sensible de la materia, temporal, mudable y corruptible. Platón desvaloriza el mundo de la materia. De su doctrina procede la imagen del cuerpo como cárcel del alma. El dualismo platónico reaparece completo en los neoplatónicos. Descartes acentúa el dualismo entre el espíritu, res cogitans, y la materia, res extensa. Kant introduce un nuevo dualismo: entre la razón pura y la razón práctica, el mundo natural de la apariencia (fenómeno) y el determinismo, y el mundo moral de la realidad en sí (nóumeno) y la libertad. Los espiritualistas posteriores insisten en el dualismo entre naturaleza y espíritu.

Yo pienso que el Mal es un exceso de energía, tanto fermiónica como bosónica. El Bien es el equilibrio relativo, contradictorio y complementario de ambas energías y depende de cada caso y circunstancia. Por ejemplo, mucha agua: inundación o diluvio, es malo; poco agua: sequía, también es malo. Exceso de Rigor: dictadura, es malo; exceso de Flexibilidad: sólo deliberación participativa, también es malo. Ahora bien, es preciso decir que la democracia no es un absoluto; es relativa. En un Estado de Derecho, la Ley es el principio del Rigor; la Deliberación es el principio de Flexibilidad. En unos casos habrá que enfatizar uno, en otras circunstancias la otra polaridad, para encontrar el propio equilibrio que siempre será relativo y contextual. El exceso es el mal; el equilibrio es el bien.

Este Monismo / Dualismo se expresará, operativamente, en tres conceptos que hacen a la identidad de la civilización occidental que, si bien, ya han quedado obsoletos por el nuevo paradigma científico, siguen vigentes en los dominios de lo social, lo político y lo económico. Esto es lo que está, justamente, haciendo crisis en este momento en Wall Street, en la deconstrucción del Estado Nación, en los nuevos movimientos sociales y, sobre todo, en las rebeliones indígenas.